"La poesía es un striptease del alma"
Guillermo Spottorno es el promotor de 'Poemas al director', un proyecto de participación donde poetas podrán exponer su pensamiento a través de sus versos
"La poesía cumple una función de psicoanálisis, es un striptease del alma". Son palabras de Guillermo Spottorno, director de la primera red social de poesía en lengua castellana, Soypoeta.com, y propulsor de la iniciativa Poemas al director, que pretende inundar los periódicos de versos estas navidades.
La idea fue de Ángel Rodríguez, un usuario de la red social que creó un grupo de discusión con la idea de recopilar textos que posteriormente serían enviados a los periódicos, con tal de difundir en los medios dicho género. Spottorno se hizo eco de la iniciativa, que según su promotor, cumple dos objetivos, "fomentar la lectura y escritura de poesía y crear una corriente de pensamiento crítico y solidario en estos tiempos en lo que estamos". Además, considera que escribir supone un ejercicio sano para el pensamiento y una reflexión interior: "A veces no tienes las ideas muy claras o interiorizas ideas de otras personas que tú no habías pensado. La poesía siempre implica una reflexión", explica.
Spottorno ve un alto contraste entre los adeptos que tiene la poesía en España y la resonancia mediática que tiene en los medios de comunicación. "Yo en mi círculo me doy cuenta de la importancia que tiene cuando vas a ciudades como Barcelona, Madrid, Valencia y ves los festivales llenos de público, poco a poco se está acercando a la gente". Destaca también que premios como el Cervantes o el Nóbel de Literatura han ido a parar en los últimos años a manos de poetas. Spottorno ve al poeta como una persona muy reconocida y considera que es más fácil de lo que parece "meter la cabeza" en mundo del verso. "No es algo tan lejano a nivel intelectual", concluye.
Soypoeta.com se dio a conocer el año pasado por convertirse en la primera red social de poesía en lengua castellana con el apoyo de entidades como Casa de América o La Fundación José Saramago, y en su primer aniversario cuenta ya con más de 2.500 poetas y 6.000 poemas publicados de 35 países distintos.
Poesia dramatica
Poesia dramatica
- 1. Universidad Sergio Arboleda Teoría LiterariaLaura Melissa Grisales Barragán
- 2. La poesía dramática o teatro nos ofrece sustancialmente un cuadro de la vida humana, mediante la representación de una acción que se manifiesta con todos los caracteres de la realidad En la dramática, en efecto, lo épico es el elemento objetivo de la acción y de los hechos; y lo lirico, el elemento subjetivo de las ideas y sentimientos de los personajes, que manifiestan en el dialogo y que a su vez refleja la propia individualidad de autor dramático.
- 3. Una vez que el poeta se hainspirado en las bellezas delmundo real y de los grandessucesos colectivos(épica), después quetraduce, con acentopersonal, las intimasemociones de su espíritu(lirica).La inclinación instintiva delhombre a imitar o verimitadas las acciones de sussemejante.
- 4. Combinación armónica de elementos objetivo- subjetivos: Lo objetivo es en ella la acción, adornada de todos sus atributos plásticos de realidad viva, gracias a la representación escénica. Y lo subjetivo, las ideas, sentimientos y pasiones que se manifiestan en el dialogo , el móvil mismo de los hechos y conflictos de la acción que realizan los personajes. Representación de la acción: Representación que le comunica un vigoroso sentido de la actualidad. Porque aun cuando la acción se refiere a hechos pasados o históricos por
- 5. Cuadro animado de la vida individual: En la poesía dramática se presenta un cuadro de la vida embellecido, como ha dicho Guillermo Schlegel. Pero no de la vida colectiva, de mundo heroico, si no de la vida individual y familiar en sus momentos mas interesantes y emotivos.
- 6. Tema inagotable que sirve de fondo a la poesía dramática es la vida: con todo su realismo, con la bondad y la maldad de la eterna sustancia humana. El hombre de todos los días mas que el héroe de la poesía épica es el protagonista constante de la obra de teatro. Pero el fondo de la obra dramática puede presentar un espacio distinto y mas sustancial: el pensamiento trascendental o filosófico , la tesis encarnada por el autor en la acción teatral. Tal, por ejemplo, El condenado por desconfiado, de Tirso de Molina, Poeta español del siglo XVII además del asunto que desarrolla la acción o pensamiento
- 7. El plan de una obra dramática esta condicionado por el peculiar elemento de la representación de la acción. De ahí, en primer termino, la extensión mas concentrada de la obra teatral. Prudencialmente limitada al tiempo de duración habitual que admiten los espectadores. El plan dramático abarca tres momentos fundamentales: la exposición, el nudo y el desenlace. Exposición: Presenta los antecedentes indispensables de la acción dramática, al inicio de la obra, procurando su mas rápida comprensión. Debe ser natural y clara.
- 8. Nudo: Es la complicada situación en que va culminante el desarrollo progresivo de la acción dramática. Encierra la fase de mayor interés en la obra. Desenlace: Es la solución imprevista del nudo con que termina la acción. Debe ser natural y lógico; quiere decir. No forzado ni inverosímil, sino consecuencia propia de encadenamiento mismo de los hechos. Pero imprevisto, inesperado, precedido de escenas culminantes de ansiosa incertidumbre, pero si el desenlace es infausto o desgraciado recibe el nombre de catástrofe , condición esencial de la tragedia.
- 9. Actos: Constituyen los actos partes fundamentales en el desarrollo de la acción dramática. Sin embargo, el acto no marca meramente un tiempo determinado para proporcionar cierto reposo a los actores y al publico. Cuadros: Innovación moderna es la división de los actos en cuadros, que se determinan en la obra por los cambios de decoración. Algunas obras ultramodernas suelen presentar escenas simultaneas, ocurridas en lugares distintos, sin cambiar el cuadro, en este aspecto son los escenarios giratorios que permiten el rápido cambio de cuadros a la vista misma del publico.
- 10. En la estructura o forma interna del poema dramático igual que en el épico, la acción es el elemento fundamental. Toda acción consiste en los hechos que integran el argumento y que se desarrolla hasta culminar en el fin o desenlace. En la acción dramática se refleja la pugna de interés y pasiones que determinan el conflicto de la obra teatral. Tradicionalmente se consideran cualidades fundamentales de la acción dramática: la unidad, la variedad, la armonía, la verosimilitud y el interés y la emoción.
- 11. Escenas: Divisiones menores de los actos son las escenas, que se originan por las entradas y salidas de los personajes durante la representación teatral. De ahí, en consecuencia, el fundamental requisito de la motivación de las escenas; las entradas y salidas de los personajes deben responder naturalmente a las incidencias de la acción en el total desarrollo de los hechos.
- 12. Unidad: La esencial unidad del pensamiento dramático exige unidad de acción como forma interna del mismo. La unidad de la acción dramática debe resaltar y ser aun mas sencilla que la épica: Un solo interés, un solo protagonista, además del pensamiento central y de la acción única Variedad: Cualidad esencial de toda belleza es la variedad, debe manifestarse también en la acción dramática. Pero no con la rica amplitud de poema épico, que en modo alguno consiente la mas concentrada unidad y sencillez de la acción dramática. Armonía: Es producto de la acertada coordinación de la unidad con la variedad, condición esencial de toda belleza y de su realización artística. La armonía
- 13. Verosimilitud: La verosimilitud de la accion dramática exige que los hechos sean posibles, tanto por su lógico encadenamiento como por su conformidad con la naturaleza humana. También requiere la verosimilitud la adaptación de la accion a las circunstancias de tiempo y de lugar que ocurre la verificación de los hechos. Interés y emoción: La accion dramática debe estar revestida de interés en todo su desarrollo. No el interés general amplísimo de la accion épica en su aspecto de síntesis colectiva que caracteriza a la epopeya.
- 14. El personaje es el sujeto de la accion. El personaje dramático, a diferencia del épico actúa con una mayor libertad. Porque no esta dominado, como sucede en el ambiente épico, por la grandiosidad de los hechos ni por la intervención de fuerzas extrahumanas o divinas. El personaje dramático no es el héroe de los poemas épicos: es el centro de un cuadro de vida familiar, con las dificultades y conflictos de todos los días. Brillantes ejemplos presenta Shakespeare en el teatro ingles: su Otelo, pongamos por caso, resulta una personificación genérica del celoso, sin perder por ello su bien acusada individualidad humana.
- 15. El procedimiento especial para lograr con el mayor colorido posible la realización ficticia de la accion dramática recibe propiamente el nombre de representación escénica o teatral. La representación escénica exige el concurso de artes diversas y se integra por dos fundamentos elementos; la declamación y la escenografía. Declamación: Llamamos así al arte de interpretar y caracterizar con propiedad y justeza los personajes de la obra dramática. Requiere especiales dotes en el artista escénico: la voz, el gesto, fina sensibilidad, educación artística, etc.
- 16. •Escenografía: Comprende laescenografía todos los recursos yelementos materiales para larepresentación escénica. En primerlugar, la transitoria y efímera, pero fielreproducción artística de los lugaresde la escena.•Teatro: Es el edifico o sitio destinadoa la representación de obrasdramáticas o a otros espectáculospúblicos propios de la escena.
- 17. •Escenario: Plataforma construida a cierta altura y dispuesta convenientemente para que en ella se puedan colocar las decoraciones y demás elementos para la representación de las obras o de espectáculo teatral.•Escena: Comprende el espaciodel escenario teatral en el quese figura el lugar de la acción, yel cual, descorrido o levantado eltelón de boca, queda a la vistadel publico.
- 18. •Foro: Parte del escenario o de lasdecoraciones teatrales opuestas a laembocadura y mas distante de ella •Telón: Es el lienzo grande y pintado que se pone en el escenario de un teatro , de modo que pueda bajarse y subirse, ya para que forme la parte principal de las decoraciones, ya para ocultar al publico de la escena.
- 19. •Bambalinas: Son las tiras de lienzo pintado que cuelgan del telar del teatro , de uno a otro lado del escenario y figuran la parte superior de lo que la decoración representa.•Tramoya: Con ella se logranen el teatro los cambios ytransformaciones necesariosque requiere larepresentación, con todasuerte de trucos, simulacros yprodigios
- 20. • Montaje: Llámese así el conjunto de operaciones y recursos materiales y técnicos necesarios para la adecuada representación de una obra.• Vestuario: Es el conjunto de vestidos, adornos, etc., que utilizan los artistas en la representación de una obra.
- 21. El placer escénico es el efecto teatral y esta en relación directa con la propiedad y recursos de la representación, ya que se origina en factores objetivos y plásticos; el cuadro palpitante de la vida que reproduce la escena teatral, conjuntamente con el vivo agrado que en nosotros despierta la imitación de las acciones humanas .
- 22. Transcendencia social: La poesía dramática precisamente gracias al elemento peculiar de la representación escénica es acaso el mas popular e influyente de los géneros literarios. A diferencia de la novela, por ejemplo, no se destina a la lectura individual: la obra dramática cobra vida en la escena, a la vista de un publico heterogéneo, originándose así una relación inmediata y directa entre el autor teatral y los espectadores.
- 23. Sustancialmente, la poesía dramática es una representación de la vida familiar y social. De ahí que resulte fácil su división, tomando como base el aspecto de la vida humana que le sirve de tema. Así surgen los tres géneros: la tragedia, la comedia y el drama. Tragedia: Es la representación de una acción grandiosa y extraordinaria que destaca el aspecto sublime de la vida humana y se resuelve en un desenlace infausto y terrible o catastrófico.
- 24. •Comedia: Es la representaciónde una acción de tipo corriente onormal en el que se destacandistintos conflictos cómicos de lavida humana, frecuentementesatirizada, terminando en undesenlace agradable oregocijado. •Drama: Es la representación de una acción interesante y emotiva, que destaca la vida humana en su mas fiel integridad y se resuelve en un desenlace armónico.
- 25. La tragedia y la comedia son como polos opuestos de la vida humana: lo serio y lo festivo, lo sublime y lo ridículo, lo extraordinario y lo vulgar. La tragedia es la tristeza, la gravedad; la comedia, la alegría, la trivialidad. El drama, por el contrario, representa el termino medio de la verdadera realidad de la vida, la hermanada unión de aquellos polos opuestos: el sabor agridulce de la vida.
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aime Sabines
Jaime Sabines Gutiérrez fue un querido y respetado poeta y político
mexicano, nacido en Tuxtla Gutiérrez el 25 de marzo de 1926 y fallecido
en Ciudad de México el 19 de marzo de 1999. Su padre, Julio Sabines,
fue uno de los responsables de su amor por la poesía, y probablemente de
su personalidad sencilla y accesible, una de las razones de su éxito en
vida. A los 19 años comenzó a estudiar medicina, para darse cuenta poco
tiempo después de que su lugar estaba en la Literatura. Resulta curioso
que tanto su esposa como sus cuatro hijos tuvieran nombres que
comenzaban con "j", inicial del nombre de su padre, así como del suyo
propio y el de sus tres hermanos.
Como escritor fue muy productivo; si bien difundió su poesía desde los 18 años, con "Horal", su primer poemario, comenzó en 1950 una serie de publicaciones que culminaría pocos años antes de su muerte. Sabines reconoció la importancia del estudio técnico para su evolución como escritor, para encontrar su propia personalidad, sin dejar de inspirarse en Neruda o Lorca, entre sus otras fuertes influencias. Su amor por su padre quedó plasmado en un poema que el mismo autor consideró su mejor obra, "Algo sobre la muerte del mayor Sabines".
Como escritor fue muy productivo; si bien difundió su poesía desde los 18 años, con "Horal", su primer poemario, comenzó en 1950 una serie de publicaciones que culminaría pocos años antes de su muerte. Sabines reconoció la importancia del estudio técnico para su evolución como escritor, para encontrar su propia personalidad, sin dejar de inspirarse en Neruda o Lorca, entre sus otras fuertes influencias. Su amor por su padre quedó plasmado en un poema que el mismo autor consideró su mejor obra, "Algo sobre la muerte del mayor Sabines".
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Manuel Gonzalez Prada
Manuel González Prada nació en Lima en 1848 y falleció en su mismo país setenta años más tarde.
Manuel era un acérrimo luchador de sus ideas políticas, ya desde temprana edad demostró una clara inclinación por el anarquismo y un deseo de luchar contra las corrupciones del sistema. Publicó numerosos ensayos en los que divulgaba sus ideas políticas, contrarias a todo régimen y sobre todo, absolutamente antirreligiosas.
Cuando en 1879 las tropas chilenas invadieron Perú, luego de haber luchado en las tropas de su patria defendiendo el territorio y ante la derrota sufrida, Manuel se encerró en su casa para demostrar su descontento. En los siguientes tres años no se movió de ella.
Consiguió que muchos jóvenes se le unieran y se convirtió en el líder de las nuevas generaciones, aportando sus dotes literarias y políticas al crecimiento de la juventud peruana.
Fue un apasionado lector del clasicismo español y el simbolismo francés y creó una poesía absolutamente renovada, donde el ritmo y la métrica cambiaron rotundamente; este nuevo rostro que le dio a la poesía jugando con sus formas recibió el nombre de Ortometría.
Publicó tres poemarios titulados "Minúsculas", "Presbiterianas" y "Trozos de vida".
En nuestra web podrás leer algunas de sus creaciones, tales como "Amar sin ser querido", "La confesión del Inca" y "Origen del oro".
Lee todo en: Manuel Gonzalez Prada - Poemas de Manuel Gonzalez Prada http://www.poemas-del-alma.com/manuel-gonzalez-prada.htm#ixzz2IQxnTEsn
Manuel era un acérrimo luchador de sus ideas políticas, ya desde temprana edad demostró una clara inclinación por el anarquismo y un deseo de luchar contra las corrupciones del sistema. Publicó numerosos ensayos en los que divulgaba sus ideas políticas, contrarias a todo régimen y sobre todo, absolutamente antirreligiosas.
Cuando en 1879 las tropas chilenas invadieron Perú, luego de haber luchado en las tropas de su patria defendiendo el territorio y ante la derrota sufrida, Manuel se encerró en su casa para demostrar su descontento. En los siguientes tres años no se movió de ella.
Consiguió que muchos jóvenes se le unieran y se convirtió en el líder de las nuevas generaciones, aportando sus dotes literarias y políticas al crecimiento de la juventud peruana.
Fue un apasionado lector del clasicismo español y el simbolismo francés y creó una poesía absolutamente renovada, donde el ritmo y la métrica cambiaron rotundamente; este nuevo rostro que le dio a la poesía jugando con sus formas recibió el nombre de Ortometría.
Publicó tres poemarios titulados "Minúsculas", "Presbiterianas" y "Trozos de vida".
En nuestra web podrás leer algunas de sus creaciones, tales como "Amar sin ser querido", "La confesión del Inca" y "Origen del oro".
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José Santos Chocano
José Santos Chocano nació en 1875 en Lima (Perú) y falleció en 1934. Se lo conoce por haber sido uno de los revolucionarios que defendieron el americanismo, luchando por los derechos de los aborígenes en oposición al imperialismo imperante de los Estados Unidos.
En lo que respecta a su poesía, fue un autor que escribió acerca de las bondades de la tierra desde una perspectiva modernista pero con un tinte particular. Fue capaz de entremezclar elementos característicos de sus raíces con una lírica, donde la forma y el uso de determinados recursos poéticos, permitiera alcanzar una expresividad destacable. La mayoría de su obra puede encuadrarse en la poesía social, sin embargo también escribió versos muy personales.
Su nombre se encuentra relacionado con poetas como Eguren, considerados ambos padres del modernismo en Perú. Lamentablemente ha quedado poco de su obra, ya que la mayor parte de ella fue transmitida de forma oral; el poeta solía compartirla a viva voz en las plazas pero no realizó publicaciones de sus poemas. Pese a todo, algunas poesías se han salvado de la muerte, tales como "Nostalgia" y "El sueño del caimán".
Chocano fue asesinado en Chile en 1934, después de haber sido detenido en repetidas ocasiones a causa de sus ideas políticas.
En lo que respecta a su poesía, fue un autor que escribió acerca de las bondades de la tierra desde una perspectiva modernista pero con un tinte particular. Fue capaz de entremezclar elementos característicos de sus raíces con una lírica, donde la forma y el uso de determinados recursos poéticos, permitiera alcanzar una expresividad destacable. La mayoría de su obra puede encuadrarse en la poesía social, sin embargo también escribió versos muy personales.
Su nombre se encuentra relacionado con poetas como Eguren, considerados ambos padres del modernismo en Perú. Lamentablemente ha quedado poco de su obra, ya que la mayor parte de ella fue transmitida de forma oral; el poeta solía compartirla a viva voz en las plazas pero no realizó publicaciones de sus poemas. Pese a todo, algunas poesías se han salvado de la muerte, tales como "Nostalgia" y "El sueño del caimán".
Chocano fue asesinado en Chile en 1934, después de haber sido detenido en repetidas ocasiones a causa de sus ideas políticas.
José María Eguren
José María Eguren nació el Lima (Perú) en 1882 y falleció en 1942. Fue un poeta y pintor
que, en lo que a poesía se refiere, trabajó incansablemente por depurar
su estilo pero no se mezcló con los círculos públicos. Sin embargo,
gracias a su amistad con hombres como González Prada y Mariátegui que lo
animaron a publicar sus poesías, consiguió marcar un hito en la lírica de su tierra.
Eguren era un amante de la naturaleza; se dice que le gustaba mucho caminar por el campo y observar las aves, las plantas y los insectos. En dichos paseos tomaba apuntes acerca de lo que veía, que después los utilizaba para trabajar en sus pinturas al óleo o acuarelas.
Como poeta es un representante del simbolismo en Perú, que dejó atrás los moldes del modernismo para encontrar una lírica más depurada; de este modo se convirtió en uno de los poetas peruanos más esenciales del siglo XX, siendo puesto a la altura de nombres de relevante envergadura, como César Vallejo.
Entre sus obras más destacadas se encuentran "Simbólicas", "La canción de las figuras". En ellas puede notarse un inmenso interés del poeta por asuntos filosóficos y existenciales y por el cuidado de las formas estéticas de sus versos. En esta web puedes leer algunas de sus creaciones, tales como "La danza clara", "Nocturno" y "La canción del regreso".
Lee todo en: José María Eguren - Poemas de José María Eguren http://www.poemas-del-alma.com/jose-maria-eguren.htm#ixzz2IQz89cqn
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Eguren era un amante de la naturaleza; se dice que le gustaba mucho caminar por el campo y observar las aves, las plantas y los insectos. En dichos paseos tomaba apuntes acerca de lo que veía, que después los utilizaba para trabajar en sus pinturas al óleo o acuarelas.
Como poeta es un representante del simbolismo en Perú, que dejó atrás los moldes del modernismo para encontrar una lírica más depurada; de este modo se convirtió en uno de los poetas peruanos más esenciales del siglo XX, siendo puesto a la altura de nombres de relevante envergadura, como César Vallejo.
Entre sus obras más destacadas se encuentran "Simbólicas", "La canción de las figuras". En ellas puede notarse un inmenso interés del poeta por asuntos filosóficos y existenciales y por el cuidado de las formas estéticas de sus versos. En esta web puedes leer algunas de sus creaciones, tales como "La danza clara", "Nocturno" y "La canción del regreso".
Lee todo en: José María Eguren - Poemas de José María Eguren http://www.poemas-del-alma.com/jose-maria-eguren.htm#ixzz2IQz89cqn
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Blanca Varela
Blanca
Varela fue una destacadísima poetisa peruana, nacida en Lima el 10 de
agosto de 1926 y fallecida el 12 de marzo de 2009. Sus primeros pasos
por el mundo de la escritura los dio en la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos, donde cursó Letras y Educación. Luego de una colaboración
de dos años con la revista Las Moradas, viajó a París, donde conoció a
Octavio Paz; este encuentro marcó un antes y un después en su vida,
ya que la conectó con el arte y las letras con una intensidad y
cercanía que hasta entonces desconocía. Allí también entabló relación
con personajes de la talla de Sartre, Alberto Giacometti y Carlos
Martínez Rivas.
Sus obras han sido traducidas a diversos idiomas, pero su éxito internacional se contrasta con sus escasas apariciones públicas y entrevistas. El poder de sus descripciones cautiva a sus lectores y los lleva a mundos de un misticismo que se esconde tras palabras cercanas y tangibles; esto se puede apreciar en los poemas "Es fría la luz", "Morir cada día un poco más" y "Visitación". Esta brillante escritora ha recogido numerosos premios, como ser el Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca, con el mérito extra de haber sido la primera mujer en recibirlo.
Sus obras han sido traducidas a diversos idiomas, pero su éxito internacional se contrasta con sus escasas apariciones públicas y entrevistas. El poder de sus descripciones cautiva a sus lectores y los lleva a mundos de un misticismo que se esconde tras palabras cercanas y tangibles; esto se puede apreciar en los poemas "Es fría la luz", "Morir cada día un poco más" y "Visitación". Esta brillante escritora ha recogido numerosos premios, como ser el Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca, con el mérito extra de haber sido la primera mujer en recibirlo.
Carlos Augusto Salaverry
Carlos Augusto Salaverry fue uno de los más destacados escritores del período romántico peruano;
nació en Sullana el 4 de diciembre de 1830 y falleció en París el 9 de
abril de 1891. Su crianza fue muy dura; fue separado de su madre por
voluntad de su padre, quien tuvo a Carlos en una relación
extramatrimonial, y obligado a vivir con su madrastra y su hermanastro,
en una casa que no era su hogar. Cuando tenía tan sólo seis años, su
padre murió en una batalla, y el futuro poeta y dramaturgo comenzó una
etapa de grandes carencias, tanto afectivas como económicas. En su
adolescencia, él también se unió al ejército, aunque aprovechó cada
segundo libre para sumergirse en la literatura de sus escritores
favoritos, entre quienes se encontraba Víctor Hugo.
Resulta curioso que un poeta haya podido compaginar la milicia con las letras; sin embargo, fue gracias a un compañero en las armas y escritor como él que nació su fama como artista. Su obra más famosa se titula "Cartas a un ángel" y relata en verso una historia amorosa frustrada por el traslado forzoso de su amada a Europa por decisión de sus padres. Además de poesía, produjo alrededor de veinte obras teatrales, entre las que destaca "El bello ideal".
Resulta curioso que un poeta haya podido compaginar la milicia con las letras; sin embargo, fue gracias a un compañero en las armas y escritor como él que nació su fama como artista. Su obra más famosa se titula "Cartas a un ángel" y relata en verso una historia amorosa frustrada por el traslado forzoso de su amada a Europa por decisión de sus padres. Además de poesía, produjo alrededor de veinte obras teatrales, entre las que destaca "El bello ideal".
Lee todo en: Carlos Augusto Salaverry - Poemas de Carlos Augusto Salaverry http://www.poemas-del-alma.com/carlos-augusto-salaverry.htm#ixzz2IQzgFbcI
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Jorge Luis Borges
Borges
(1899-1986) es uno de los escritores más importantes del siglo XX, no
solamente a nivel nacional en Argentina, su país de origen, sino
mundialmente. Su obra incluye cuentos, ensayos y poemas. Sus ideas
políticas fueron muy polémicas, lo cual se cree que conspiró en contra
de que obtuviese el Premio Nobel de Literatura. De todos modos cosechó
numerosos premios en el mundo, como el Cervantes en España. Entre sus
poemas podemos encontrar Poema de los dones, Los justos, Ausencia, Ajedrez, Los espejos y Los Borges.
Simbolismo e impresionismo en el primer Juan Ramón / Manuel Alvar
Simbolismo e impresionismo en el primer Juan Ramón
Manuel Alvar
Para Aurora
Juan Ramón ha dado una definición de poeta: “artífice o artesano de
la palabra y con ella trabaja en este intento humano, obstinado y a la vez
humilde, por descubrir la esencia del hombre”1. Inmediatamente
añade algo que nos hace falta tener en cuenta: “trabaja [...] por medio de esa
conjunción de sonido y sentido que la palabra poética es, utilizando el ritmo,
la melodía, el acento, la imajen, la metáfora, todos los elementos que sirven
para dar a la palabra su plenitud de sentido”. En esta breve referencia tenemos
unas ideas muy claras que podríamos expresar de manera técnica: la palabra
poética es un signo lingüístico, formado por significante (sonido) y
significado (sentido) a los que se añade un conjunto de elementos
(ritmo, melodía, etc.)
que no son puramente mecánicos, sino que conllevan una más profunda
intencionalidad: dotar a la palabra de plenitud para que pueda “descubrir la
esencia del hombre”. Estamos en una teoría lingüística bien traída y bien
llevada por los teóricos de hoy: la palabra poética es más que la palabra
funcional, por cuanto en ella va comprometida, en cada momento, la emoción
-cambiante y desasosegada- del hombre que habla2. Ahora bien, el
poeta puede sentir desconfianza ante ese conjunto de medios que se le ofrecen
para lograr sus fines3: la inacabable
elaboración de su cultura le ha hecho ver que esa larga colección de sumandos
que se ha enumerado no basta para reacuñar las monedas gastadas, que los
troqueles no tienen fuerza para marcar la impronta sobre los pedazos de metal. Y
si en un momento se recurre a imágenes y metáforas, desviaciones casi tan viejas
como la voz del hombre, hay que buscar otras posibilidades de expresión que, por
inéditas, descubran sorprendidos horizontes.
Este solo enunciado nos plantea otras cuestiones, tampoco nuevas,
como puedan ser las mutuas relaciones entre las artes. Y, evidentemente, pensar
sobre ello obliga a formular otras mil preguntas que afectan a qué es la prosa y
qué la poesía, cuáles son posibilidades y límites de cada una de ellas, hasta
qué punto los convencionalismos restringen y hasta qué otros ayudan a crear. Y,
acaso, la más elemental de todas: ¿por qué el verso ha de tener ritmo, rima y
medida? Cierto que hasta un momento de la historia próximo a nosotros verso y
poesía se condicionaban solidariamente, por más que nunca se haya pensado de
manera incuestionable que verso y poesía fueran una misma cosa. Sería tanto como
creer que aplicando unos cánones más o menos severos se hubiera creado poesía;
si esto no es verdad, difícil sería a un viejo preceptista hacerle creer que sin
verso puede existir la poesía. Cierto que en este punto las cosas estaríamos muy
lejos del idealismo lingüístico: si la pura expresión es arte, sobran “todos los
elementos que sirven para dar a la palabra su plenitud de sentido”. Entonces el
poeta busca la manera de comunicarse eficaz y bellamente, pero trata de que las
cosas queden suficientemente claras: por un lado, la literatura; por otro, la
poesía, porque, si “la literatura es estado de cultura y la poesía, estado de
gracia, anterior y posterior a la cultura”4, una y otra podrán
entremezclarse cuando el
“estado de cultura” se
purifique con veneros de agua lustral o cuando el “estado de gracia” tenga,
fatalmente, que manifestarse de una determinada forma literaria. Tal vez esté
aquí el difícil problema de resolver por qué es buena una poesía, pues lo que en
un momento son excelencias resulta mudable con los tiempos, si es que no alcanzó
la suprema unción en la propia cuna. No puedo resolver el problema, sí buscar
las soluciones que Juan Ramón pretendió en su intento de aclarar las
cosas.
En las apostillas anteriores ha hablado de ritmo,
melodía, acento; es decir, de conceptos que pertenecen a la
teoría musical, pero en unos apuntes de clase sobre el modernismo, dijo que la
poesía moderna buscaba su identificación con otras artes: “en el parnasianismo,
escultura; en el simbolismo, color”5. En estas pocas
palabras, toda una teoría de posibilidades: complejo mudo de sinestesias, vieja
pretensión de identificar unas artes con otras o trasponer sus recursos desde
una de ellas hacia otra para la que no nacieron6. Y, acaso,
convertir a la poesía en el testimonio plural de cuantas actividades artísticas
es capaz de crear una época. Aquí están unas notas que nos hacen pensar:
escultura, pintura, en la lírica moderna; diríamos poesía en bulto, con volumen
y aplomo, o poesía en color, con vibraciones luminosas y armonía en los
corpúsculos que golpean nuestras retinas. De otro modo: lírica escultórica,
lírica pictórica. Hasta qué punto, y en un momento dado, Juan Ramón pudo, o
supo, lograr estos extremos es lo que trataré de ver en las páginas siguientes,
pero antes habrá que trazar deslindes, porque de cualquier modo que intentemos
entender al poeta no podemos olvidar que su mester es de poesía, esto es:
expresión de la belleza por medio de palabras, lo que no es lo mismo que decir
expresión por medio de palabras bellas7.
Juan Ramón ha hablado de parnasianos y simbolistas y ha tomado
parcialidad por uno de los grupos. A lo largo de sus comentarios teóricos se
pueden encontrar pronunciamientos aclaratorios. Reiteradamente ha señalado muy
bien las diferencias: “el parnasianismo sería la expresión más lograda, más
bella y más breve posible, de una realidad objetiva [...]. Es decir, se trataba
de hacer cuadros, cuadros épicos, descriptivos”. En un orden puramente estético,
esto sería tanto como manifestar la realidad en cuanto tiene de ajena al
artista: Leconte de Lisle escribía poemas sobre L’Épée d’Angantyr, Le Coeur de Hialnaar, La Joie de Siva o una colección de Hymnes
Orphiques; Heredia, Hercule et
les Centaures, La Naissance
d’Aphrodite, Antoine et
Cleopatre o, entre nosotros, Rueda compondrá una larga serie a la que
llamó El friso del Partenón. Pero a Juan Ramón le interesa, sobre todo,
Rubén. En España el Parnaso tuvo escaso arraigo8, se habla de Manuel
Reina, cuya trascendencia es muy escasa, pero Rubén, sí, “Rubén era un
parnasiano”9; ahí están sus
Medallones en Azul..., Era un aire suave..., la
Sonatina, el Coloquio de los centauros, o las Cosas del
Cid10, de Prosas
profanas, y, lógicamente, la nómina apenas si queda iniciada. Era el
cuidado exquisito de la forma, proyectado en “motivos que extasiarían de amor a
los cisnes de nieve”11, y, en la forma
estaba un vocabulario que se correspondía con el saber del poeta: periplos por
el mundo clásico que salpicaban los poemas de Cólquidas y Citeres, de peristilos
y peplos, de sátiros espectrales y nevadas palomas venusinas, de liróforos y
desnudas náyades. Juan Ramón tentó poco la manera; en sus conversaciones con
Gullón decía que entre nosotros “la tendencia duró a lo sumo unos meses, un año
... En mi caso podría hablarse de parnasianismo con relación a
Ninfeas”12. El movimiento en
España se diluyó, como en todas partes, en una escenografía de cartón piedra y
en un racionalismo superficial; tal vez hubo una falta de cultura que impidió
asimilar todo lo que pudo haber creado una nueva sensibilidad y con ella una
distinta visión del mundo. Pienso que el Parnaso fue para nosotros una especie
de edad media, previa al renacimiento, pero todavía no él: algo así como la
sabiduría clásica en Santillana o Mena frente a la asimilación de Garcilaso o
fray Luis. Rueda pudo haber sido un gran poeta, lo fue acaso, pero no en las
obras que creyó más pretenciosas, que le resultaron falsas y que, ya lo he dicho
alguna vez13, equivocaron la
realidad de la que había salido, en la que vivía y para la que estaba dotado.
Juan Ramón lo vio muy claramente: “A Rueda le mataron entre la tertulia de don
Juan Valera y el Museo de Reproducciones; le dieron un empleo en este centro y
creyó que vivía en plena Grecia, entre la Venus de Milo y los dioses
antiguos”14.
No vale pensar que los
testimonios son heterogéneos o de cronología dispares para enjuiciar una
decisión. El rechazo que Juan Ramón siente por las maneras parnasianas en 1953
no es anacrónico proyectado a 1900. Él nos ha dicho unas palabras de
Ninfeas, pero Ninfeas, como otros libros primerizos, fueron
repudiados casi recién nacidos, a ello volveremos, y ahí está el testimonio de
medio siglo de incansable quehacer poético y la sañuda persecución contra tales
textos. Sus palabras en un curso o en una conversación literaria no hacían sino
poner un punto final a lo que había sido un largo caminar de espaldas a aquella
luz.
El simbolismo nace como desvío del parnasianismo15, toma de él “la
forma precisa, pero no espera una precisión objetiva, sino una impresión
objetiva; es decir, sentimientos profundos que no se pueden captar por completo,
sino por alusiones, por rodeos, como en la vida misma”16. Lógicamente, este
era el mundo que convenía al hipersensible Juan Ramón: sentimientos que embargan
el espíritu, pero que son de fugaz duración, perfección en la brevedad, límites
por la propia condición de ser hombre. No se olvide, además, la historia: el
adolescente es conmovido por la muerte del padre, enferma, va a Francia en busca
de salud, compra en París libros desconocidos entre nosotros, que son,
precisamente, de Mallarmé, de Verlaine, de Rimbaud, de Francis Jammes17. Aquel muchacho al
rebasar los veinte años tiene un destino decidido; rompe con Ninfeas,
también con Almas de violeta y con Rimas, pero los motivos,
aunque de apariencia semejante (desacuerdo con la torpeza inicial), se ven
forzados por distintos condicionamientos: Ninfeas es un libro que acaba
siéndole extraño; no Almas de violeta, no las Rimas. La
diferencia se llama Bécquer. Bécquer es un anticipo del simbolismo por su íntima
emoción, por la brevedad de sus poemas, por la perfección sin artificio, por la
-digámoslo- sencillez y espontaneidad. En la obra primeriza, también grandes
diferencias. El camino estaba abierto aunque quisiera olvidarse el arranque.
Bécquer, la sombra inmensa que estaba cubriendo a toda la poesía española, que
la cubriría durante un siglo, durante ¿cuántos siglos? Bécquer en 1900 hubiera
tenido sesenta y cuatro años, pero su luz se apagó en 1870. Y, sin embargo, Juan
Ramón iba a proyectar, y agigantar, aquella luz recatada. Porque no es bastante
decir, como Juan Ramón dice, que no le interesa conocer personalmente a ningún
poeta francés; el cambio en su arte se produjo porque esa literatura vino a
converger en algo que ya era fatal e ineluctable: la presencia lírica de
Bécquer. Aquellos largos poemas La canción de los besos,
Tétrica, Titánica, Tarde gris, La cremación del
sol, La canción de la carne, El alma de la luna y no
digamos Las amantes del miserable o Spoliarium18 nada tenían que
ver con el simbolismo; sí, eran parnasianos, pero significaron una vía muerta
para la obra futura: “yo no soy realmente un poeta modernista [...], sino
simbolista”19. Aceptémoslo sin
otras precisiones, Bécquer y Verlaine20, cambiaron su
destino lírico al filo del novecientos, pero el cambio significó mudar el
destino de nuestra poesía en el siglo XX. Luego, Juan Ramón inventará teorías
más o menos ciertas, como las del origen español del simbolismo francés21; nos interesan de
manera secundaria. Ahora quisiéramos escuchar su palinodia, que nos abrirá otra
senda en nuestro análisis.
De 1948 es la conferencia Poesía cerrada y poesía abierta
que escribió para su visita a Buenos Aires. Allí dijo: “¡Qué no daría yo [...]
porque todo el río, unos tres mil poemas huidores, manado en alejandrino
franchute y en silva italianera, no lo hubiese escrito en corriente española;
por no haber sido tan estúpido como lo fui en mi segunda juventud, por el
parnasianismo y cierta parte del simbolismo!”22. Estas son las
palabras últimas: repudio de Ninfas, luego de Almas de
violeta, de las Rimas. Tal vez de algo más, pero bástennos estos
tres títulos previos al año de gracia de 1916. Lo que Juan Ramón anhelaba al
filo de los setenta años era la identificación con los modos de su pueblo.
Sabemos de su descubrimiento; más tarde (1902-1912), admiración23 en los años de
Moguer24. Pero la nostalgia
que le había hecho volver a Francia impidió que no sólo fuera sustento francés
lo que debía recibir: si nostálgicamente escribe las Rimas en su
alejamiento25, Bécquer le salvó
del inmenso hechizo que fue Rubén26, y con él su
separación del Parnaso y, ya, su definitiva adscripción al simbolismo, con
cuantos matices queramos apuntar, pero más que como técnica de escuela como
posición sentimental que arrastra a una poesía interiorizada y riquísima de
matices (“el simbolismo es algo permanente en la poesía española; la mejor
poesía joven de España sigue siendo simbolista: José Luis Hidalgo lo fue y es el
más cercano a Bécquer de cuantos después de éste hicieron poesía”27).
Que Juan Ramón renunciara, más aún, persiguiera, a sus primeros
libros no justifica el que nosotros nos desentendamos de ellos28. Lo que el poeta
llegó a ser, lo fue, justamente, por que no hay un solo paso de hoy que no haya
exigido los de ayer. De 1900 a 1913 están esos “borradores silvestres” por los
que tan poco amor sintió. Pero en su quehacer de continuo perfeccionamiento
arrumbó estos libros en las cavernas del olvido, y el testimonio del autor
resulta singularmente útil para el historiador que intente comprender la obra
total. Francisco Garfias, gran conocedor, escribe: “después de
Laberinto [1913] vendrá Estío, en donde el poeta comienza a
gravitar sobre sí mismo. A partir de entonces, las fechas no tendrán valor.
Estío viene de 1915, pero lo mismo podría ser de 1930. Juan Ramón ha
conseguido ya para su poesía la inactualidad”29. Esto es lo que
queremos considerar: cómo fueron las primeras tentativas del poeta antes de su
total plenitud y cuál fue el arranque de una obra singular. Porque Juan Ramón
estaba ahí preludiado y, aunque fuera sin total asimilación, había voces que
condicionarían su quehacer total y la voluntad de llegar a ser lo que fue, y la
ruptura con lo que no debía ser, aunque este debía ser fuera entrañablemente
querido. A la luz de estas consideraciones nada resulta desdeñable, y en el
abandono de los libros, la seguridad de entender las cosas tal y como fueron en
su tiempo; lo que es tanto como decir, simplemente, la exactitud de ser.
Permítaseme el propio recuerdo del poeta: “El Diario fue saludado como
un segundo primer libro mío y el primero de una segunda época. Era el libro en
que yo soñaba cuando escribía Ninfeas; era yo mismo en lo mismo que yo
quería”30.
Porque nada hay desdeñable;
más aún, a pesar del desgaire, el recuerdo seguía entrañablemente vivo muchos
años después. Cuando publica Por el cristal amarillo, recoge un
bellísimo apunte titulado Nubes:
“La primera ansia de poesía
pura recuerdo que me la dieron, a mis quince años, unas nubes rosas que sobre mi
pueblo se desvanecían tarde en oro, en azul.
Yo quería hablar de ellas sin
relacionarlas con nada, de ellas sólo, con color y música de ellas; algo muy
tenue, muy puro, sin palabras, fugas.
¡Qué lucha! Miraba y miraba las nubes y luego quería que el papel
fuese el cielo y mi poesía las nubecillas. No recuerdo ya los versos, pero
recuerdo, entre el papel y mis ojos, el color, la luz, lo ideal”31.
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No necesitaríamos más: simbolismo, impresionismo, sinestesias, todo
cuanto quisiéramos encontrar estaba en el niño de quince años. Todo lo que haría
ser artista al hombre. Pero tal vez no hubiera olvido, sino que el recurso podía
estar vivo y el poeta quisiera olvidar el poema que en Almas de violeta
dedicó a José Lamarque32.
Un día de 1900, un muchacho de diecinueve años recibe en Moguer una
tarjeta de Villaespesa en la que firma -nada menos- Rubén33. Pocos días
después, un “viernes santo lluvioso”, Juan Ramón llegaba a Madrid. Las anécdotas
son conocidas: recibimiento, prisas, escalones, ayuno. Y el propio poeta lo ha
contado: llevaba un libro de poemas al que iba a llamar Nubes, libro
“sentimental, colorista, anarquista y modernista, de todo un poco ¡ay!
mucho”34. De aquella
lectura el mismo día de la llegada debieron salir muchas cosas, porque el libro
se descompuso en dos: Almas de violeta y Ninfeas35. Creo que con
testimonios del propio Juan Ramón podríamos reconstruir los hechos de una manera
más precisa o, acaso, intuir la exactitud. El poeta da un enunciado que no es
desdeñable: primero, Alma; después, Ninfeas. Que la cronología
fue así parece evidente: Almas es un libro intimista, sencillo,
romántico, sí, aunque el poeta no lo aceptara, lleno de emoción y de belleza.
Es, ni más ni menos, aquella línea del romance a la que luego hubo de volver.
Por el contrario, Ninfeas está cruzado de Rubén; lo hemos podido
comprobar en palabras del propio Juan Ramón; Rubén parnasiano; Ninfeas
su único tributo al parnasianismo. Que en ambos libros hay poemas anteriores a
la escisión parece claro, pero, no se olvide, Rubén corta la línea intimista con
Friso, Salutación al rey Óscar, con Urna
funeraria36, “y me puse
también a escribir a la manera de Rubén Darío poemas como El alma de la
luna [.. ] y en Madrid escribí febrilmente los versos que luego habían de
aparecer en Ninfeas y algunos de los que habían de ir, con los
anteriores más sencillos pero también contaminados, en Almas de
violeta”37.
El propio Juan Ramón ha contado por qué mudó el sencillo título de
Nubes por esos otros dos mucho más sugerentes, desde el simbolismo y
desde el impresionismo38; sobre ello he de
volver, parcialmente al menos, pero ahora conviene recoger una cita que, luego,
nos ahorrará más largos comentarios:
"El título Almas de violeta me lo dictó Rubén Darío, con
ojos entornados a lo mongol y voz insinuada; el título Ninfeas me lo
cedió Valle Inclán, que lo tenía para él, impreso ya, con una aguafuerte de
Ricardo Baroja, un jardín maeterlinkniano, y que luego publicó en la cubierta de
Jardín umbrío, título que ocupó el lugar de Ninfeas. Pero las
ninfeas estaban en el lago de la fuente”39.
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La edición estuvo cuidada por Villaespesa, que dedicó todos los
poemas (el subrayado es de Juan Ramón) a sus amigos y corresponsales del mundo
entero40 y, a pesar del
Atrio de Rubén Darío (un bello soneto en alejandrinos al frente de
Ninfeas) y del de Villaespesa (dos páginas de prosa muy “modernista”),
los libros no fueron bien acogidos. Muchos años después (en junio de 1943)
escribía a María Gracia Pinzón y le habla de los Sonetos espirituales,
que había publicado la Editorial Losada en una edición que no había “autorizado
sino tolerado con resignación, ni intervenido para nada en ella”41, porque “para mí
lo peor de estas ediciones de osadía [...] es que vuelven a poner en circulación
vergonzante libros antiguos míos en una forma en que yo no los acepto ahora”.
Estas son palabras de poeta responsable (“yo detesto siempre buena parte de mis
actos y mis obras pasadas”), coherentes con un afán de perfección que se impuso.
La revisión de su obra llegó a Estío; lo anterior apenas se salvó de un
deliberado hundimiento: la tragedia del poeta fue crear, crear, crear, y le
faltó tiempo para la revisión total42. Pronto se dio
cuenta que estas primeras obrecillas exigían más que una reelaboración y
prefirió destruirlas: a partir de los veintiocho años buscó las obras iniciales
para hacerlas desaparecer43; las pedía
prestadas a quienes las tenían y ya no volvían a su poseedor: así con Marañón,
con Navarro Ledesma, con la biblioteca del Ateneo, con la suya propia44; no quiere que
vayan a la casa de Moguer45 y en la Sala
Zenobia-Juan Ramón, de Puerto Rico, de Ninfeas, Almas de
violeta, Rimas y algún otro libro similar “sólo quedan pliegos u
hojas sueltas, salvados de las destrucción total”46.
Hemos llegado a las
Rimas, la colección sobre la que vamos a centrar nuestro interés. En
1902 aparecieron estos poemas en los que Juan Ramón vuelve a encontrar su propia
personalidad, interrumpida por el paréntesis modernista. Rubén Darío se le había
interpuesto violentamente en 1900 y el adolescente completó con maneras
parnasianas aquellas Ninfeas que iban a nacer, pero en 1901:
"Mi padre murió, y yo, que lo quería tanto, triste y perdido salí
de Moguer para Francia. Viaje y Francia me hicieron reaccionar contra el
modernismo, digo, contra mi modernismo, porque yo estaba comprendiendo ya que
aquel no era entonces mi camino. Y volví por el de Bécquer, mis rejionales y mis
estranjeros de antes, a mi primer estilo, con la seguridad instintiva de llegar
algún día a mí mismo, y a lo nuevo que yo entreveía y necesitaba, por mi propio
ser interior. En Burdeos, donde viví un año, escribí la mayor parte de mis
Rimas, tituladas así por Bécquer, como Rubén Darío tituló por Bécquer
las suyas, tan bellas algunas; y me aficioné a los nuevos poetas franceses del
Mercure, cuyos libros yo podía comprar en las librerías vecinas.
Francis James vivía allí cerca. Al año siguiente [1902], de vuelta en Madrid,
publiqué un librito demasiado sentimental, peligros de la reacción y de la
enfermedad juvenil”47.
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La cita es larga, pero
preciosa. A ella tendremos que volver para explicar las páginas siguientes; de
momento tenemos completa la información. Este primer Juan Ramón reducido a un
esquema sería una continuidad lírica empezada por los quince años y proyectada
en Nubes, de donde se desgaja un primer libro intimista y sentimental,
Almas de violeta; a esta manera se vuelve en 1901 con Rimas.
Aparte quedaría algún aspecto modernista de Nubes, que constituyó el
germen inicial de Ninfas; se imitó el parnasianismo de Rubén y quedó
como un paréntesis que debía cerrarse, pues era la vía muerta del modernismo
español. Pero algo había ocurrido para que se produjera el repudio de cierto
Darío y de la literatura que él representaba; Juan Ramón lo ha apuntado en la
cita transcrita, pero nos lo perfecciona con nuevos comentarios, y sobre él
incide Verlaine. Queda aparte Rubén, un Rubén al que admiró en toda su grandeza.
Pero el Rubén perdurable era el que también arrancaba de Bécquer, el que al
frente de los Cantos de Vida y Esperanza había de poner la emocionada
confesión de “Yo soy aquel que ayer no más decía / el verso azul y la canción
profana”. Rubén escribió el bellísimo poema en 1904 y Juan Ramón ya había
vuelto.
“Cuidado. Nosotros leímos a Verlaine antes de que lo leyera Darío.
Lo conocimos directamente, en los originales. Fíjese que en Azul no se
cita a Verlaine; allí están Catulle Mendès, Leconte de Lisle, Richepin. En
nosotros, en los Machado y en mí, los simbolistas influyeron antes que en Darío.
Los Machado los leyeron cuando su estancia en París, y yo le presté a Darío
libros de Verlaine que él aún no conocía. Recuerde que yo le edité, a mis
veinticinco años, los Cantos de Vida y Esperanza”48.
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Sí, Juan Ramón ya había vuelto. Y había vuelto antes de ir a
Burdeos, porque sin ir a Francia le era familiar Verlaine (“me eduqué con
Verlaine, que fue, junto con Bécquer, el poeta que más influyó sobre mí, en el
primer momento”49). En el gran poeta
encontró aspectos que lo hermanaban con su Bécquer sensibilidad, intimidad,
brevedad del poema, intensión poética y, lo que importa más, un lenguaje, a la
vez, preciso y sugerente para desvelar el misterio. Pero el simbolismo procede
de los parnasianos y de ellos tomaron “la forma bella”50. Hemos entrado en
la senda definitiva.
Juan Ramón es simbolista por ser poeta lírico. O si se quiere en su
formulación negativa: “yo no puedo ser parnasiano, porque soy un lírico”51. Esta es la
cuestión. Verlaine le ha enseñado que “no es necesario definir las cosas de una
manera completa” 52 o, como él
interpretó, “la precisión de lo impreciso”53, todo aquel
subjetivismo que, en apariencia, no se puede expresar y que la poesía necesita
expresar. De ahí que el poeta tenga por misión decir las cosas, aunque las cosas
se evadan de sus intentos; de ahí, también, la necesidad de proceder “por
símbolos, por rodeos”: “precisar en una imagen muy bella lo impreciso, por medio
de símbolos, de relaciones, de correspondencias entre unas cosas y otras”54. Resulta entonces
que es “e-fable” lo pretendidamente “in-efable”, o, si se quiere, se puede
evocar lo que, en apariencia, no tiene voz: el poeta procede o a dotar a las
palabras de esos contenidos subyacentes a los que llamamos, símbolos o a
transgredir las leyes físicas para crear el mundo de las sinestesias55. Procedamos con
orden.
Dotar de contenidos subyacentes a la palabra es un acto que lleva a
los simbolistas a enlazar con culturas que les son muy ajenas, pues la palabra,
como primera manifestación divina, se encuentra en muchas cosmogonías: pero si
Dios ha creado el verbo antes que a los elementos, con la palabra habrá que
designar a las cosas, y a ellas deberá adaptarse para designarlas. Así ocurre en
pueblos tan heterogéneos como los guaraníes o los tolipang, así antes de que el
Verbo se hiciera carne en el Génesis. La imprecisión está en esa
imposibilidad de que la palabra previa a la cosa pueda designarla sin ambigüedad
por cuanto la palabra existe como un cascarón vacío al que hay que dotar de
contenido. Y el contenido cambia de unos pueblos a otros y de unos hombres a
otros: lo que cada uno piensa de Dios, del amor, de la belleza, difiere de lo
que los demás piensan. Por eso para Juan Ramón la palabra poética procede
fatalmente por inexactitudes, ya que sólo puede utilizar símbolos o
aproximaciones56; cuanto más aspire
un poeta a captar lo absoluto, más imprecisas serán sus definiciones (“los
poetas llamados universales no detallan con precisión: la flor y el pájaro, no
la fucsia y la oropéndola”). Se ha llegado, bien que por otros caminos, a la
necesaria ambigüedad de la poesía, según las tesis de Empson. El poeta se
manifiesta en la capacidad para transmitir lo que creemos no es transmisible o
lo que necesita purificarse para que la transmisión sea en su apariencia exacta,
pero deliberadamente no quiere ajustar dos realidades (la de la transmisión y la
de la evocación), sino que deja un mundo sugerido para que el lector sea también
creador57. O, acaso,
cualquier lector transportado a un lenguaje no funcional y cercado de esos
atributos que suelen considerarse poéticos (metro, acento, estrofa, rima)
automáticamente crea un mundo propio en el que las cosas tienen una voz
distinta: bastaría con narrar en prosa un texto poético para que desapareciera
el encanto de la evocación. Desde este punto a la teoría del psicoanálisis sólo
hay un paso: para Jung, un símbolo es un término o un nombre en cuanto tenga
significados que no sean los corrientes y sirva para representar “algo vago,
desconocido ti oculto para nosotros”; es decir, bastará transponer la denotación
a un plano connotado para que el símbolo haya surgido58. Resulta entonces
que, con frecuencia, lo inconsciente de cada uno ayudará a crear esas
relaciones, tantas veces desconocidas, con lo que la simbolización inestable
aumentará la ambigüedad en las interpretaciones. Ambigüedad porque -además- con
la lógica se entremezclan la irrealidad y el sueño59. Detengámonos aquí
y no entremos en campos ajenos ya a la literatura.
El simbolismo en Juan Ramón -como en cualquier poeta- ha surgido
como necesidad de expresión. Pero necesidad de expresión no es sólo el acto
positivo de transmitirse, sino también el elusivo de purificar lo que se
presenta en estado de deterioro. La palabra, usada durante milenios por millones
de hablantes, se ha trivializado y también los poetas, llámense Horacio o Rubén
Darío, aspiran a evadirse del vulgo profano. Esto nos lleva a otra cuestión. El
creador siente la vulgaridad que le rodea y necesita protestar contra ella; Juan
Ramón dice que no se trata de una fuga, sino de un acto de rebeldía. Entonces
cobra una honda dimensión lo que de otro modo hubiera parecido escenografía o
falsedad; el modernismo ruberiano recurrió a unos raídos oropeles, que no eran
objetos de ropavejería o de escenarios exóticos, sino índices de purificación,
símbolos de catarsis contra la sordidez de un vulgo “municipal y espeso”60. Lógicamente, cada
época ha intentado encontrar su agua lustral en veneros diferentes: pensemos en
las lobregueces románticas, en la apacibilidad dieciochista de los modernistas o
en la sangre de ayer mismo. Que todos estos fondos son auténticos es algo que
nosotros no podemos dudar, si por ellos el poeta es capaz de ofrecer la propia
vida. Entonces resulta que tanto motivo de apariencia superficial es el
dramático compromiso con una realidad ensoñada, distinta de otra que no se puede
aceptar. Quede claro: “en la edad de oro del capitalismo, cuando nada parecía
tener sentido si no producía ventajas económicas, los rebeldes contra la ola
materialista levantaron la bandera de la belleza pura”61 . Belleza pura es
una abstracción: lo que en un momento lo parece no puede serlo en otro; tales
son las contradicciones de la poesía: al buscar la purificación de una
vulgaridad puede caer en la vulgaridad de otro tipo de convencionalismos. Es el
camino indirecto que Rubén acertó a descubrir (“de desnuda que está, brilla la
estrella”): desnudez última para manifestar el fuego interior después de haber
quemado los oropeles de la decoración62. Juan Ramón al dar
su curso en 1953 era el tornavoz de lo que Rubén había dicho en los Cantos
de Vida y Esperanza: el jardín de sueño, las rosas, los lentos cisnes, las
eróticas palomas, las góndolas en los lagos, no son sino símbolos que el alma
sincera emplea para desnudarse:
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Juan Ramón Jiménez lo vio
claramente, él que nunca cayó en los tópicos más externos del modernismo, nos
alertó para la exacta comprensión. Habló de las dificultades inherentes al
estudio de la escuela, pero esas dificultades son las contradicciones de todas
las escuelas. Sencillamente, las contradicciones que implica el ser hombre: la
escisión en dos principios que se oponen en una dialéctica irreductible. Alma y
cuerpo, ensueño y realidad, bien y mal o cuantas parejas de oposición hayamos
sido capaces de crear. Las palabras se hacían ahora transparentes:
“Si volvemos por un momento a los símbolos iniciales y los
analizamos en su contenido epocal y no situándolos en otro orden de realidades,
en una situación (la nuestra) si totalmente distinta se entenderá que el cisne y
Versalles y las princesas tienen sentido. Son armas contra la vulgaridad y la
chabacanería del ensoberbecido burgués”64.
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La justificación es válida, pero Juan Ramón no la necesita, su
camino se apartó de aquella senda que tantos y tantos transitaron en su día y el
simbolismo le llevó a transmitir su ser íntimo a través de palabras connotadas.
No se trata de objetivar las cosas poniéndoles un nombre ajeno a ellas mismas,
sino darles un nombre que el poeta posee y que, al comunicárselo, hace ser a las
cosas una proyección de sí mismo65, por cuanto
transmite vida en cada acto nominativo y, como en las creencias de los antiguos
egipcios, hace que el nombre sea la vida de la cosa, si no la cosa viva. En la
palabra de Juan Ramón, el quehacer simbólico se basa en principios dinámicos y
no estáticos; diríamos que su simbolización es, en cada momento, creadora y no
trivialmente repititiva. Volveremos luego con un ejemplo muy preciso, por ahora
nos basta con saber por qué huyó del modernismo más externo y por qué se apartó
de lo que la escuela tuvo de estereotipos66.
Bécquer ha sido el gran
hallazgo. Lo fue en el principio y lo es ahora. Cuando el poeta juzga al
modernismo español, está pensando en sí mismo. Las caracterizaciones de la
escuela no son válidas si no referidas al propio Juan Ramón, pero es esto lo que
tratamos de perseguir:
“En España el modernismo se distinguió por un mayor sentido
interior puesto que no hubo, como en Hispanoamérica, exotismo. Describir los
centauros no es lo mismo que expresar la intimidad, como Bécquer: por eso
decimos que Bécquer es ya un puente hacia el modernismo”67.
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¿Cuándo supo esto Juan Ramón? Porque Bécquer fue también la sombra
exterior. Hacia 1910, Juan Ramón pintó su autorretrato, bello trasunto
romántico68, con su mucho
gesto del gran poeta sevillano, pero es verdad, también en él se trata de
exteriorizar una viola interior. Y es como un mundo de sombras lo que acertamos
a ver. Porque el hombre existe, tiene sombra69: no es la pureza
absoluta, ni es inmortal, ni tiene paz interior, condiciones para que la sombra
no exista, según el simbolismo yin. La sombra del hombre en su
interior, la sombra proyectada también hacia fuera. Bécquer está tanto en la
intimidad como en el trasunto de ella. A este propósito bien valen unas pocas
líneas que Juan Ramón publicó en 1950 y a las que tituló Sangre de nuestra
sombra:
“Un poema, un libro, tienen, echan, arrastran siempre una sombra;
que lleva dentro todo lo nuestro, sangre de cuerpo y alma”70.
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Poema, libro, son seres vivos y tienen sombra, suya y nuestra, con
la que nos identificamos. La sombra es, por tanto, el símbolo de toda acción,
según Lie-tseu, que, además; y Juan Ramón lo aceptaría, sólo en la espontaneidad
encuentra su fuente legítima. El símbolo se ha recreado y, desde el interiorismo
becqueriano, se ha llegado a los hontanares de la sabiduría oriental la sombra
como una realidad de los fenómenos entre los budistas, la sola realidad de cielo
y tierra en la doctrina de Tao, la esencia sutil de los seres en el teatro
indonesio de sombras. Juan Ramón lo ha dicho: la sombra lleva todo lo nuestro,
sangre de cuerpo y alma, convirtiéndose en una especie de segunda naturaleza. La
sombra que Bécquer deja en su poesía, la que proyectó para el autorretrato
ajeno71.
Los rodeos que necesita el poeta para expresarse no son únicamente
realidades esquivas, sino estados de alma en continua mutación72. Por eso la
palabra poética no puede perpetuarse con el estatismo del fósil, sino que ha de
ser cambiante para cada circunstancia, como es cambiante la luz que se proyecta
sobre los objetos. La exigencia de todos estos matices demanda un
enriquecimiento del mundo poético a través de la palabra que lo manifiesta; si
en Verlaine encuentra Juan Ramón la imprecisión de lo preciso, él tratará de
precisar todos esos estados que se manifiestan como imprecisos; el
“inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas” es la exigencia previa que el
creador se impone: si una cosa existe, habrá también una palabra justa para
nombrarla73, lo que ocurre es
que sólo son capaces de encontrarla los poetas egregios. De no acertarse con
ella, se recurrirá a los “rodeos” de que Juan Ramón ha hablado. En ambos casos,
al hombre vulgar sonaría raro lo que simplemente es desusado (y al hablar de
hombre vulgar no sólo pienso en un lector insensible, sino también en el
literato escasamente dotado, con lo que se convertirá en vicio lo que fue
necesidad de expresión, y se trocaría en categoría lo que sólo es
circunstancia). En octubre de 1952, Juan Ramón escribió una carta a José
Luis
Cano, valiosísima por muchas cosas; de ella son estas pocas líneas:
“criticar un movimiento o una escuela por sus vicios es una necedad en la que
incurren tantos críticos superficiales, desde las crónicas festivas de
Gedeón hasta los ensayos tendenciosos [...]. Las princesas de Rubén
Darío equivalen a las tísicas del romanticismo, pero el romanticismo es también
Goethe”74.
En definitiva, intuición para descubrir. Pero la intuición no es un
acaso, sino el azar concitado por un estado previo y por una capacidad de
creación, lo más opuesto a los “fríos simulacros de palabras”, que en algún
momento ha padecido nuestra poesía; la luz que por la palabra se proyecta es
sencilla y clara, “la palabra no es cualitativa por su establecimiento forzado
sino por su hermosa docilidad”75.
Encontrar las palabras-clave o las palabras-testimonio en un poeta
nos sirve para aclarar su universo lírico. Voy a usar con cierta matización las
definiciones de Matoré76, aunque -de algún
modo- me voy a servir de sus hallazgos. Tal vez el crítico adopte una postura
distinta de la que el poeta ha seguido: Juan Ramón ha hecho aflorar los
manaderos ocultos por medio de palabras; nosotros, ahora, disponemos de las
palabras y, por ellas, vamos a penetrar en los hontanares del agua77. Me fijo en los
libros primerizos, los que significan el preludio del Juan Ramón total, los que
son necesarios para comprender lo que quiso definir por modernismo y los que
acotan un campo abarcable. Acabamos de ver, tuvo una idea muy clara de lo que
llamó los “vicios del modernismo”; fueron aquellos “elementos caracterizadores”,
cisne, versalles, lo azul78, aquellos
elementos franceses tomados, a veces, de Gutiérrez Nájera79, sí, también, “un
vocabulario nuevo [traído por Rubén] que correspondía a una forma sensorial y no
a una forma hueca, como creían algunos necios”80. Pero Juan Ramón
repudió de todo lo que no fuera sencillo y espontáneo, y cuando en 1953 evoca su
pasado poético hace examen de conciencia: “Yo soy poco amigo de cuentos de hadas
y de ninfas. En toda mi obra tal vez no he usado sino una o dos veces la palabra
princesa; quizás aparezca -no lo recuerdo- en mi primer libro, cuando me hallaba
más influido por Darío”81.
Para un poeta simbolista, el jardín82, y cuanto pueda
connotarse en torno suyo, no será otra cosa que trasunto de una intimidad que
aspira a crear, o a crearse, un mundo bello83. O con palabras
que ahora nos afectan: “Todo es mito, y el mito es progreso del hombre, puesto
que es ‘realidad májica’. Lo máximo conseguible en hombre y poesía”84. Por eso la misión
del poeta es “descifrar el mundo cantándolo”, o sea descodificar los mensajes
que recibe, aunque para transmitirlos tenga que recurrir a otras codificaciones;
la diferencia entre interpretación y creación está en que la primera se
manifiesta con signos externos, que acaso no conocemos; la segunda, en que
conocemos el valor de unos signos, a los que intentamos dotar de nuevas
significaciones85.
Mircea Eliade ha estudiado el mito desde un punto de vista que
pudiéramos llamar histórico86. No es esta la
función que ahora nos interesa; sin embargo, sí podemos aceptar algunos de los
supuestos que formula. Según las tradiciones míticas de una tribu australiana,
los karadjeros, todas las costumbres fueron establecidas en el “tiempo del
sueño”. En esta afirmación primitiva el hombre moderno encuentra una vuelta a
sus orígenes que es producto de una mentalidad arcaica, pero siempre actuante
por cuanto el conocimiento de la propia historia personal confiere dominar el
propio destino, Juan Ramón ha dicho “el poeta verdadero revive en sí,
abreviadamente, la historia completa de la poesía”87 y “cada mañan a
voy a la playa del ayer y recojo (solo) lo depurado por la noche, lo encendido
por la aurora”88. En él, la misma
vuelta al pasado donde se forjaron las realidades hodiernas89. Pienso en el
valor que Thule90 tiene en los
modernistas y que Juan Ramón acoge en su primer libro:
|
Es conocido el tópico, ultima Thule92 con que los
antiguos designaban el límite septentrional del mundo conocido (de ahí todas las
referencias a la ‘albura’)93; en esta isla
fabulosa se encontraría el conocimiento supremo o revelación primordial
simbolizados por el cofre de regalos y la copa del rey94; este
conocimiento sagrado no puede obtenerse más que por experiencia personal o
intuitiva: por eso no se transmite por herencia, sino que cada hombre debe abrir
por sí mismo el cofre o beber en la copa, tal y como persisten algunos de estos
rasgos en la conocida balada de Goethe95. Juan Ramón
Jiménez ha dotado de una connotación misteriosa a la isla hiperbórea : el
jardín simbólico que es la morada de las Almas azules96. Y estaríamos
ante la necesidad de nuevas explicaciones: azul es el más profundo, el
más inmaterial y el más puro de los colores; por eso sugiere la idea de
eternidad tranquila y sobrehumana y, precisamente es el color del signo zodiacal
de Virgo. He aquí cómo Juan Ramón en un soneto primerizo ha creado lo que para
nosotros es un mundo de símbolos: el jardín que en tantas culturas es ‘símbolo
del paraíso terrestre’ o ‘figura del paraíso celeste’ está situado en los
límites de la Tierra; más allá de los cuales se encuentra el otro Mundo. Por
eso, el jardín de Thule está habitado por espíritus puros, cuya presencia evoca
para el hombre un anhelo, no logrado, de eternidad o es el ‘recuerdo de un
paraíso perdido’97.
No hay muchos jardines en
Ninfeas y en Almas de violeta. Y esos poquísimos sólo
interesan por lo que en ellos evoque la connotación. Precisamente en el soneto
Ninfeas del libro de idéntico título (y valga por cuanto valga el
título genérico de Sinfonía, con que se agrupan los textos) el primer
cuarteto reza así:
“En el lago de sangre de mi alma doliente, | |||
del jardín melancólico de mi alma llorante...; | |||
en el lago de sangre de un Amor suspirante, | |||
en que un cisne tristísimo lanza treno muriente...” |
(pág.
1.467).
Pero el jardín representa también el desvarío, los delirios y las
quimeras que pueden llevar al hombre fuera del mundo. Y en el texto de Juan
Ramón se une toda una compleja teoría de símbolos: el lago de sangre no es sino
el resultado de manar el alma herida del poeta, como aquellos lagos egipcios
que, labrados junto a los templos, acogían los misterios nocturnos y
simbolizaban las fuerzas permanentes de la creación; lago de un paraíso ilusorio
(jardín melancólico) en el que muere el propio poeta (cisne tristísimo
‘encarnación de la luz masculina y fecundadora’)98.
Que Juan Ramón Jiménez no ha inventado todo esto es evidente. Pero
evidente, también, que una complejísima tradición cultural llega hasta él
elaborada a través de milenios de historia. Mitología, religiones antiguas,
artes, todo el conjunto de saberes que cada uno de nosotros oye, lee o ve. Y
cada gran artista, al elaborar esa visión enriquecida de la historia que es el
mito, recoge lo que le dan y transmite lo que su sensibilidad crea99. Siglos y siglos
repitiendo los lugares comunes, acaban por convertirlos en bienes de todos, con
lo que resulta difícil separar lo que es legado colectivo del hallazgo personal.
Todo este mundo mítico del primer Juan Ramón se ha podido inspirar en Rubén o en
sus predecesores, a veces, muy oscuros predecesores, pero ¿cómo llegó a ellos? ¿
Y cómo convirtió el poeta en experiencia personal lo que le dieron como
conocimiento transmitido? En los símbolos hemos encontrado coincidencias,
paralelismos, relaciones con motivos de otras culturas, que pueden ser muy
lejanas culturas. No se trata de vincular sino de descubrir realidades
enriquecidas, y el hombre repite muchas veces los hallazgos de quienes caminaron
otras sendas en busca, tal vez, de idénticos misterios. Pero, sin salir de la
palabra que nos ocupa : Juan Ramón (por 1903)100 escribe
Jardines lejanos y divide la obra en tres órdenes: Jardines
galantes, jardines místicos, jardines dolientes. ¿No
sabía Juan Ramón de Verlaine? ¿Podía ignorar lo que en su amado San Juan de la
Cruz significaba el paraíso, o la imagen del Paraíso que el jardín tiene en las
casas árabes, o su conversión mística en la literatura persa? ¿Acaso nunca llegó
a saber que el jardín y la música entristecen al hombre?101. Difícil creer
que ignorando todo, y todo lo que silencio, sabiéndolo o porque lo desconozco,
el poeta acertara con tres dianas limpias: galantes, místicos,
dolientes.
Pero jardín102 es forma de un
significado que puede tener otras muchas. No voy a salirme de las Rimas
para enumerar las que coinciden totalmente con esa palabra clave. En la edad
media el hortus amoenus duraba
con las acepciones de ‘jardín’, que, en definitiva, es sólo lo que
significaba103, aunque su étimo
originario quisiera decir ‘cercado, seto’. Al lado de jardín, Juan
Ramón utiliza vergel, que en nuestra historia lingüística es ‘huerto
con árboles frutales’ (Berceo), ‘mancha verdeante en medio de un robledal’
(Cid)104, y
parque ‘terreno, cercado y con plantas, para recreo; terreno destinado
en el interior de una población a prados, jardines y arbolado para recreo y
ornato’105.
Jardín, vergel, parque pueden ser sinónimos totales,
incluso lo son en algunos poemas y ya es significativo que las connotaciones,
virtualmente, falten.
Los árboles, que de hecho hay en los enunciados tenidos en cuenta,
hacen que sobre jardín pueda corresponderse con arboleda;
inequívocamente a veces (“Está la noche tan clara, / tan dulcemente serena, /
que mi corazón sonríe / en su infinita tristeza, / y mi alma entreabre una rosa
/ en sus jardines de adelfas / [...]. Ya se ha secado la rosa / que
brotó entre mis adelfas. / La luna, envía sus besos / a la tranquila
arboleda”106), otras de
manera ambigua, aunque sin ninguna clase de oposición107. Las
connotaciones enriquecen el contenido semántico de la palabra y la ponen en
relación con otro mundo de significantes; el hecho de que las arboledas
sean sombrías108 permitió atraer
a umbría hasta la acepción de ‘jardín’109, y entonces se
produce un nuevo encadenamiento: bajo la idea dominante de sombra, se
agrupan las selvas110 o las
frondas111 que las
producen, las selvas, que por umbrías, incitan al sueño112.
Selva tiene un sinónimo tradicional en bosque,
que incluso llegó a suplantarla. He aquí otra nueva aproximación a la voz
‘jardín’113, con su derivado
el boscaje114, y aun habría
que considerar las florestas, que -en los recuerdos infantiles-
esconden a la aldea (pág.
155).
Con larga teoría de significantes presenta un entramado de
relaciones que sólo son posibles desde el campo del significado115. Más aún, los
mutuos condicionantes se han vinculado más estrechamente por las connotaciones
explícitas en la ejemplificación que he aducido: las arboledas son
tranquilas y en el parque hay calma; el
jardín está desierto o solitario, como el
parque; desierto y mudo como el bosque; la
arboleda tiene inciertas penumbras y la umbría está
llena de sombras, como la selva o el bosque, mientras
la fronda está lejana o es negra. Pero lo más
importante es considerar que todas estas connotaciones cien veces están
salpicadas por la presencia de las flores; son ellas, las flores,
quienes han conseguido que un mundo que se presenta preñado de misterios se
encuentre ornado de la belleza en la que se incardinan todas las perfecciones. Y
he aquí cómo una connotación lírica puede coincidir con hechos lingüísticos que
atañen al funcionamiento del vocabulario o de la etimología. Me parece
significativo que jardín, vergel, parque,
bosque, floresta, sean, todos, galicismos del español;
auténticamente patrimoniales sólo son arboleda y selva.
Pensemos que el préstamo léxico tiene, siempre, una motivación cultural; aquí
tenemos un clarísimo ejemplo de lo que Francia fue para nosotros en la Edad
Media y, por qué otros caminos, lo volvió a ser en el modernismo. Pero las cosas
no terminaron ahí, floresta fue en lo antiguo un ‘bosque grande y
espeso’, pero el hombre domesticó a la naturaleza e impuso el orden frente al
caos (que también eso significa simbólicamente jardín), y la foresta sé
convirtió en floresta por la presencia de esas criaturas delicadas llamadas
flores; el bosque céltico (fôret), que era el santuario de la
naturaleza, perdió su presencia aterradora para ser la floresta
encubridora de sentimientos delicados. Floresta, lugar colmado de
flores, símbolo, también, de las virtudes del alma y de perfección espiritual,
según quiere San Juan de la Cruz. Y, en el campo semántico que consideramos, las
flores se repiten como enlace de toda una teoría de significantes:
flores, concretas o imprecisas, hay en los jardines, en los parques, en
las arboledas, en las umbrías, en los bosques y en las frondas. Pero también en
los valles116. No enlacemos
más nuestras consideraciones, pues llegaríamos muy lejos: colores, perfumes,
río, estanque, muro... El jardín es un resumen del mundo y la restauración de la
naturaleza en su forma primitiva, como dicen persas y japoneses; la puerta del
cielo, según Kuen-luen. También, Dios para los místicos, los deseos puros para
los espiritualistas, o el sexo femenino, en el erotismo. Cerremos el paréntesis:
en un determinado momento, Juan Ramón Jiménez fue modernista; lo sabemos, y al
modernismo debe unas cosas y enriquece al modernismo con otras muchas. Tal es el
destino del poeta original: recibir y acrecentar. Además de tener voz propia.
Entonces comprendemos que nada sale de la nada, pero que la nada deja de serlo
cuando se llena de contenidos117. Y el hombre es
una criatura, mil veces desvalida, pero millones de veces capaz de esculpir las
sombras. No es necesario conocer toda la historia de todos los hombres para que
nuestra vida se enriquezca con las experiencias ajenas118. Esto es todo:
tradición, herencias ignoradas, sí, y creación119.
A manera de resumen, voy a
reducir a esquema cuanto he dicho en este apartado. En el “plano de la
expresión”, la palabra jardín se desdobla del modo siguiente:
La enumeración en la “forma
del significado” se hace partiendo de la base jardín y ordenando con
una lógica coherencia: I, jardín; 2, con árboles; 3, con hoja; 4, con sombra; 5,
con flores. También he procurado ordenar la serie de la “sustancia del
significado” de acuerdo con los resultados físicos o espirituales que
produce.
Las relaciones de los diversos
significantes se pueden expresar mediante unos círculos, cuya posición indica
las relaciones, próximas o remotas, o las motivaciones producidas por una
asociación más lejana:
Juan Ramón habló de “rodeos” para expresarse y acabamos de ver uno
de ellos, que es herencia de su condición simbolista. Pero ha dicho también de
la necesidad de comunicarse en el idioma de los sentimientos; esto es, de algo
sometido a continua mutación, que se manifiesta en mil apurados matices.
Entonces no le basta con la palabra simplemente poética, sino que debe recurrir
a los procedimientos que le proporcionan las otras artes120. Antes de pasar
adelante conviene no silenciar algo bien significativo: Juan Ramón empezó como
pintor121. Si nos atenemos
a lo que él mismo nos ha dicho, su vocación hacia la plástica duró hasta los
quince o dieciséis años; a partir de ahí, vino la poesía; a los veinte, el amor
por la música. “Luego, primero, disminuye el amor a la música. Luego, a la
pintura. Aumenta siempre el amor a la poesía (y literatura) como arte
completo”122; pero no se
olvide, de 1934 es un aforismo que tiene perenne validez: “escribir, para mí, es
dibujar, pintar. Me sería imposible escribir en la oscuridad”123.
Estamos ya en aquel mundo de sinestesias del que he hablado antes y
sobre el que ahora voy a aducir un texto: “El arte será más completo cuando
reúna más la posibilidad de todas las artes, que no es isla el arte, sino
continente. Y no son las artes sino modo, parte, lados de espresión de lo mismo,
es «lo mismo» absoluto que es la verdad más profunda y más alta del artista, del
poeta”124. Voy a dejar
momentáneamente la música para centrar mi interés en la pintura, pero
volveré.
Juan Ramón tiene un largo arrastre romántico. Lo ha dicho y lo ha
repetido. Lo tiene, es bien sabido, el modernismo. Pero lo que en literatura no
necesita de nuevas confirmaciones, resulta ambiguo en pintura. Juan Miguel
González, al analizar el estilo de sus cuadros señala que “desde el punto de
vista técnico es realista; sin embargo, la intención, el espíritu, la
sensibilidad, es impresionista”125. No hay
contradicción en ello, pues “los pintores impresionistas eran realistas”126, que aspiraban a
sustituir las intuiciones románticas “por la estabilidad de un lenguaje al que
determinaban reglas [...] científicas”, según se realizó en Seurat y Signac, tan
ligados con el impresionismo, al que trataron de superar127. La
contradicción estaba en los modernistas, que recurrían a la irrealidad para
expresa su propia realidad y creaban un mundo connotado cuando pretendían
transmitir el mundo sensible. El ejemplo de Juan Ramón es egregio su poesía fue
simbólica siempre, pero no vino a caer -salvo en algún momento de los primeros
libros- en una literatura desarraigada del suelo, y, sin embargo, su pintura fue
impresionista. La explicación tal vez esté en esa necesidad de expresar con
palabras lo que se manifestaba esquivo, y se recurrió a un lenguaje de
alusiones, con lo que se vino a probar la no identidad de poesía y pintura, o,
una vez más, la prioridad con que los pintores caminaron128. Sin embargo, el
impresionismo contó siempre en el quehacer de Juan Ramón. Un día, muchachito
aún, fue a comprar colores; el tendero le ofreció “color de carne”: -“No, muchas
gracias, yo no pinto con color de carne” [...]. Los impresionistas vienen y ven
que una señora tiene un reflejo del jardín; naturalmente, pintan el reflejo
verde”129. Pero esto es lo
que ocurrió, también, en poesía: un olvidado poeta granadino, Manuel Paso, habló
de la luna amarilla sobre “los campos desiertos”, y esta impresión pasó
a Juan Ramón130, que reconoció
la deuda y habló con elogio del silenciado escritor131. Para los
pintores franceses lo que se trataba no era de pintar las cosas, sino el efecto
de la luz sobre las cosas; importaban poco el suelo, el agua, si no se veían en
la momentánea impresión de cada instante, por eso Claudio Monet se colocaba ante
un motivo con varias telas; según iba cambiando la luz, pintaba en caballete
distinto y así cada día hasta terminar el conjunto132. Juan Ramón dirá
que el paisaje sólo es un estado del alma133 y en La
soledad sonora (1908)134 escribe al
frente de Rosas cada día:
Por si hubiera alguna duda: “En Francia, parnasianismo y
simbolismo, con el impresionismo en pintura, son los equivalentes del
modernismo. Este nombre abarca en España tanto al parnasianismo como al
simbolismo, por distintos que éstos sean”135.
Monet, en la anécdota recién transcrita, nos ha puesto ante la gran
realidad del impresionismo: la pintura del plein air136, aunque esta
pintura hubiera sido posible -no deja de ser una buena ironía- por la invención
de los tubos de cinc , que permitieron llevar los colores al campo137, con lo que se
podía pintar directamente de la naturaleza, según la sabida frase de Renoir. No
sería difícil traer a colación algún texto de Juan Ramón: “Necesito,
absolutamente , trabajar en contacto con la naturaleza abierta; en primavera,
verano y otoño, con el aire; en invierno, con el fuego. Siempre, con la luz
celeste”138.
El color está en las cosas, son ellas mismas y, al hacerse
independiente, unas veces es expresión del alma del artista, que lo emplea para
proyectar sus propias luchas interiores, tal el caso de Van Gogh, o como marco
de un rítmico desarrollo. Para ambas posiciones tendríamos testimonios de Juan
Ramón, sin salir de su Estética y ética estética: “un cuadro, un libro,
una sonata, no se ve nunca, ni se lee, ni se oye. Como en el paisaje, a cada
luz, a cada estancia, a cada hora, diréis una cosa diferente” (pág.
242). O en aquellas dos bellísimas apostillas sobre el mar: “Este mar azul, que
no sé quién es, es hoy sólo pintura azul preparada por el mar para pintar el mar
azul” (pág.
187) y “el mar tranquilo no es más débil que el mar desencadenado; ni el mar
rosa, malva, amarillo más infantil ni femenino que el mar azul, morado, negro”
(pág.
201). Difícil no pensar en las regatas de Monet o en sus mares de Varengeville,
de Dieppe o de Belle-Ille139; en los mares de
Signac o de Cross. No vale decir que los textos de Juan Ramón son de épocas
diferentes o tardíos con respecto a los libros que trato de caracterizar140. Por 1900 ya
estaba hecha la gran revolución del impresionismo, y las playas que Juan Ramón
conoció desde Burdeos algo habían significado para la escuela141. Pero no
olvidemos que en Almas de violeta hay versos como éstos:
(Págs.
1.538-1.539)142.
|
O en Rimas, visiones
de mujer dormida, que hacen pensar en los juegos de luz que pintó Reinor sobre
la carne desnuda: Las bañistas, su Torso de mujer al sol, su
Desnudo de espaldas, su Maternidad y su tardío (1908)
Juicio de París:
(pág.
97)
|
Por otra parte, convendría no olvidar la paleta de los
impresionistas: con la luz del aire libre descubrieron las tonalidades claras,
como una manifestación que resultó chocante en la exposición del bulevard de los
Capuchinos (1874) y que venía a caracterizarlos: estar en el campo ante un
caballete permitió descubrir unas matizaciones que la luz del taller no acertaba
a manifestar143. Coloración viva
y matices iban a dar aquellas tonalidades luminosas que fueron los lilas o rosas
violáceos de Sisley, los violetas y los rosas de Renoir, los blancos y rosas de
Monet, los verdes amarillentos de Monet, el gris de Pizarro, los blancos de
Berta Morisot o de Boudin, o las sombras coloreadas de todos ellos. En alguna
parte me he ocupado de los colores modernistas (blanco, rosa, azul)144, que, también,
son característicos de Juan Ramón145, pero en él, muy
bellamente además, y sobre todo aquellos matices emparentados con el rosa y que
llegarían hasta el morado: “el Sol derrama morados fulgores / inundando
de nieblas la verde espesura” (Ninfeas, pág.
1.477), “apágase el Día [...] / tras el monte morado” (pág.
1.479), “las moradas sombras de la tarde lenta” (pág.
1.484), “las lilas, / que están en flor, aúnan sus dulzuras tranquilas
/ con la lejana fronda” (Rimas, pág.
160), “un despertar sin perfumes, [...] / sin claridad de violetas”
(pág.
165), “bajo el cielo gris y rosa” (pág.
142), hubo rosas y violetas en lo azul del
firmamento” (págs.
101, 116), “la quieta / luz morada del plácido crepúsculo” (pág.
148), “sus mejillas de nardo y violeta” (pág.
118).
Los ejemplos aducidos tienen muy diversos valores y no voy a entrar
en nuevos análisis simbólicos. Los colores están ahí, como presencias reales,
como sensaciones nuevas o como sinestesias deliberadas146. Lo que sí
quiero recoger ahora es algo que he apuntado hace un momento y que en este
instante cobra su cabal sentido: los tópicos de la visión se han roto y los
colores están en las cosas, cambiantes y diferentes en cada momento; por eso el
cielo será blanco147 o
blanquecino148,
violeta149,
gris150,
grisáceo151 o
ceniciento152; el sol,
blanco153 y luceros o
estrellas de tonalidades verdes154, como
verdoso es el firmamento155. El poeta ha
seguido lo que los pintores, antes que él, habían practicado. Y es que la luz,
al manifestarse en mil matices cambiantes, ha hecho que las cosas se manifiesten
con su propia presencia, que no es inmutable, sino fugaz y huidiza; por eso
“indecisa lumbre, / blanquëa en la montaña”156, la luna filtra
“su fulgor por la enramada”157, el rayo del sol
es dulce158, el crepúsculo,
vago (pág.
123), las sombras envuelven (pág.
75), de la tierra se eleva mi vaho frío (pág.
85), la pobre aldea se esfuma en la niebla (pág.
186)159. No insisto para
dejar paso a los fines buscados (“Todo va en descenso de forma y matiz”, pág.
160). Como en tantos y tantos cuadros que hubieran nacido en Turner, en Cox o en
Constable, por no citar sino los antecedentes primeros y aún lejanos, Juan Ramón
ha logrado la exactitud pictórica en sus versos:
|
Poësis ut pictura? No hemos terminado. “En mis libros, más
que nada, tiendo a dar sensaciones de conjunto”161. ¿No es eso lo
que se desprende del trecho recién transcrito? Acaso, es eso lo que buscó la
letra verde de Ninfeas o la morada de Almas de violeta. Acaso,
pero ¿y Ninfeas? Porque Valle-Inclán le dio el título para el libro;
sin embargo, ¿fue una motivación libre o estaba ya escrito el soneto que tiene
este título? Lo que no creo es que Juan Ramón, ni Rubén, por supuesto, supiera
de la maravillosa colección de Monet : dos series de los 48 fragmentos que
constituyen la gran unidad se pintaron en Giverny, donde el pintor vivió desde
1912 hasta su muerte (1916). Conviene, pues, cuidar mucho antes de hablar más de
supuestas relaciones. Las Ninfeas de Juan Ramón son literarias y es
probable que nada tengan que ver -salvo el nombre- con las que hoy se encuentran
en la Orangerie162, ni siquiera
sabiendo que 24 lienzos con nenúfares fueron expuestos en la galería Durand-Ruel
en 1900163.
Ahora intentemos salvar un escollo que hemos dejado sin franquear:
¿cómo cohonestar ciertos aspectos del simbolismo con el realismo impresionista?
Frente al impresionismo que, siguiendo a Courbet, sólo consideraba lo que
pudiera ser “una lengua completamente física”, “otros pintores, salidos del
positivismo, habían sabido permanecer formalmente idealistas” (Gustavo Moreau,
Odilon Redon, Carrière, Puvis de Chavannes)164 y con una
importancia social muy grande intentaron liberarse del pasado creando “un marco
moderno a la existencia”165. Todo ello a
partir de 1860, y sobre todo, de 1880, en que el simbolismo pictórico se
relaciona con el arte de los prerrafaelistas ingleses. Es, pues,
cronológicamente, anterior y coexistente con el impresionismo y como pretendió
ser espiritualista sin rechazar a la naturaleza, se comprende la atracción que
ejerció sobre hombres que buscaban “comunicarse con el misterio de las cosas” y
no encerrarse en una interpretación puramente visual. De ahí al análisis de lo
inconsciente no es grande el trecho que se debe saltar, y el modernismo español
que fue -palabras de Juan Ramón- parnasiano e impresionista, fue, además,
simbolista sin perder su fidelidad al tiempo en que le tocó vivir166. Fidelidad
simbolista que tuvo su mucho de continuidad romántica, en cuanto al espíritu167; parnasiana, en
cuanto a las recreaciones arqueológicas168. Y conviene no
olvidar que, también entre los pintores, se dio en ocasiones la dualidad: pienso
en Whistler, heredero de Turner y Courbet, pero en íntima relación con Dante
Gabriel Rosetti. No quiero salirme de la literatura: Whistler se unió a
Mallarmé, que, en 1888, adaptó al francés la Lecture at Ten O’Clock in the Evening169; después, la
admiración de Juan Ramón por uno y otro, incluso en épocas bien tardías, me
evita seguir adelante. Si se tratara de Rubén, aduciría la relación del pintor
norteamericano con Moreas170.
La poesía del primer Juan Ramón estaba dentro de la época en que le
tocó vivir. No debe extrañarnos cuánto tuvo que ver con la pintura, mucho menos
si pensamos que, en la adolescencia, quiso ser pintor y la afición no le
abandonó nunca. Se ha hablado de su aproximación a las técnicas de Gauguin o de
Cézanne y de Sorolla o Rusiñol, y otros nombres han asomado en estas páginas.
Pero también se ha hablado de que los pintores impresionistas intentaron una
“experiencia poética”171, que el
impresionismo es el “substancial momento poético de una época” 172, que Pisarro fue
un lírico, o de la “altura poética de Cézanne”, y podríamos seguir con la cauda
llamada Feuerbach o Bonnard. Quede ahí una época de mutuas relaciones y, por si
hiciera falta, la ayuda que a los pintores prestaron Baudelaire173, Zola174, Guy de
Maupassant o Mallarmé.
Las relaciones de poesía y música plantean dos cuestiones
diferentes: una, de carácter interno, qué se entiende por verso; otra, exterior,
qué motivos musicales, digamos, de historia de la música, han afectado al poeta
en su creación175. Para contestar
a la primera pregunta es necesaria una teoría que queda fuera de este lugar,
aunque no podamos, totalmente, prescindir de ella. La palabra poética -al menos
hasta un momento muy próximo a nosotros- se dispone según un concierto al que
llamamos verso, con todas sus exigencias. Expresión y orden son elementos
formales, mientras que en el interior de ellos queda un sutil contenido de
intuición, emoción, intimismo, etc., sin el cual tampoco puede existir la
poesía. Más aún, para que exista debe haber un perfecto equilibrio entre ambas
series de enunciados, de cuya armónica conjunción nacerá. Juan Ramón Jiménez ha
ido respondiendo a todas nuestras exigencias; por eso, en su conferencia
Poesía y literatura (1941), pudo precisar que la poesía es unión de lo
real conocido con lo transcendental desconocido por medio de un movimiento
“fatalmente rítmico”176. Lógicamente,
ese movimiento rítmico, es decir, musical, no pictórico, exige medida fija,
rima177, o con otras
palabras, voz propia, si quiere tener “individualidad entrañable”178.
A este esperadero quería llegar: individualidad entrañable. La
pintura dio a Juan Ramón una forma de seleccionar las palabras para transmitir
la visión de las cosas, pero las cosas no sólo tienen capacidad de evocación en
su ser, sino que necesitan manifestar las íntimas armonías que ya no se
proyectan en las vibraciones del color. Los acordes que resuenan en su interior
y que se manifiestan como música. Color y música para conseguir la
individualidad entrañable, el mundo sugerente que es la cosa misma179. En este punto
nos interesan las relaciones entre poesía y música. Juan Ramón en su curso sobre
el modernismo dejó unas anotaciones sin desarrollar, pero cuyo sentido es fácil
de descifrar: “Música de Debussy, Chausson, Ravel pasos sobre la
nieve”180. Estamos en otro
camino: el que se inicia con Wagner, sigue en César Frank y alcanza su plenitud
en Debussy; es él quien convierte en simbolismo poético el impresionismo musical
(La siesta de un fauno, por ejemplo)181. Juan Ramón no
cayó en la añagaza de confundir poesía y música182, aunque supiera
que, en sus orígenes modernistas , estuvieron unidas poesía, pintura y
música183, y que -siempre-
cualquier arte tendrá su “literatura” y su “poesía”184. Creo que la
intención musical la conseguirá Juan Ramón después de 1903, con la publicación
de sus Arias tristes, pero ya en Almas de violeta hay una
Sinfonía con el mismo título del libro y, en Rimas, un
Nocturno y una Alborada. No se trata de rastrear metáforas o
comparaciones motivadas por el mundo musical, sino de observar cómo el poeta
recurre a una posibilidad expresiva que de otro modo hubiera resultado
insuficiente185, a la presencia
de un coro que da el contrapunto del poema186, a la ruptura
métrica para conseguir efectos cantables187 o a la presencia
de un instrumento acompasado a la propia situación espiritual188.
Creo que la pintura ha significado mucho más que la música en este
primer Juan Ramón. La música quedó para siempre interiorizada como un transporte
a lo sobrenatural189 y acaso valga
por todos los testimonios que pudiéramos aducir la bellísima anécdota del
regante granadino:
“El agua me envolvía con rumores de color y frescor sumos, cerca y
lejos, desde todos los cauces, todos los chorros y todos los manantiales. Bajaba
sin fin el agua junto a mi oído, que recojía, puesto a ella, hasta el más fino
susurro, con una calidad contajiada, de esquisito instrumento maravilloso de
armonía; mejor, era, perdido en sí, no ya instrumento, música de agua, música
hecha agua sucesiva, interminable. Y aquella música del agua la oía yo más cada
vez y menos al mismo tiempo; menos porque ya no era esterna, sino íntima mía; el
agua era mi sangre, mi vida, y yo oía la música de mi vida y mi sangre en el
agua que corría”190.
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Juan Ramón Jiménez, instaurado en su mundo lírico, realiza la
teoría platónica según la cual el poeta es el hombre poseído por un dios
inmanente de quien actúa como médium. Empleando la palabra para transmitirse,
nunca podrá agotar todas las posibilidades de expresar el mundo que hay en su
interior191. Por eso tiene
que recurrir a un lenguaje que sea evocador o sugerente, pero no objetivo o
demostrativo192, pues la poesía
nunca podrá igualarse con la expresión científica; más aún, deberá evitar
realizaciones de este modo, que nunca llegaría a mostrarlo en plenitud. Cuando
se planteó la pregunta de ¿qué es la literatura? Intentó responderse con una
evasión hacia la propia misión de la poesía como ayuda para “descubrir y
contemplar el ser”193. Claro que este
descubrimiento y contemplación se hace por medio de determinado instrumento que
son las palabras que, por lo dicho, han de tener un carácter evocador y no
funcional, de manera que serán tanto más útiles cuanto mejor sean capaces de
evocar. Y no caigamos en contradicciones, Juan Ramón ha dicho que “concretar lo
abstracto es poder principal del verdadero poeta”194, lo que no es
igual que reducir un problema matemático con unos símbolos que significan
valores puramente mentales. No. La concreción poética es atraer a nuestra
condición humana esos valores absolutos, pero indefinibles desde la realidad
material que es la palabra. Concretar ideas como Dios, como Amor, como Verdad no
es dar una posible definición, por sí misma imposible, sino acercarnos a ellas
para que nosotros desde nosotros mismos y no desde los demás, acertemos al
descubrimiento de lo que buscamos. De ahí “existen palabras que no expresan el
concepto absoluto que significan tan bien como otras que lo significan sólo
relativamente, pero cuya armonía o alguna otra cualidad son decisivas y capaces
de alterarlas en su aplicación. El que usa a sabiendas de esas palabras
falsiverdaderas, da con ellas sentidos maravillosos al verso y a la prosa”195. Este es el quid
de la cuestión: manifestar lo que se dice “in-efable” y convertirlo en “fable”,
o por mejor decir, en “e-fable”. Lógicamente no se podrá llegar al resultado de
una igualdad incuestionable del tipo A = A, sino es una aproximación
que siempre quedará distanciada -poco o mucho- de la identidad; entonces la
fórmula será A, es semejante a a + x, y esa x tendrá
una serie de cargas que varían de hombre a hombre y de circunstancia a
circunstancia, pero con un cociente nunca acabado de saturar.
El campo acotado para llevar a cabo nuestras investigaciones se ha
limitado a los tres primeros libros del poeta. Los he convertido en experiencia
de las tesis acabadas de exponer. Pensar que Juan Ramón los repudió no me parece
razón suficiente para ignorarlos: una cosa es que desde su proceso de depuración
lírica no se cohonestaran con sus ideas de la poesía y otra que no valgan para
entender el propio proceso decantador. En algún momento196 ha dicho que “la
poesía es un río, el río siempre es el mismo, pero el agua habrá variado”; está
en lo cierto; el agua no era la misma en 1900 que en 1950 y nadie juzgará al
grandísimo poeta por unos vagidos iniciales o, con palabras suyas, no se puede
comparar Ninfeas con el Cristo de Velázquez, pero, sin
Ninfeas, ¿sabríamos que ha sido ese proceso de depuración sin igual en
nuestra historia literaria? El poeta sólo es poeta cuando cumple fatalmente su
destino, y cumplirlo es liberar al poema de la actualidad con la que nació197. Si Juan Ramón
hubiera dejado Ninfeas, Almas de violeta o Rimas con
las limitaciones de su época y no hubiera progresado con las aguas de su río,
sería una voz, mejor o peor, comparable a la de Villaespesa, pero, por haber
superado el modernismo ocasional, pudo llegar a La estación total. Creo
que es así como debemos acercarnos a sus primeros libros; no en búsqueda de unas
bellezas que -aun existiendo en ellos- son relativas, sino con el afán de
entender un inmenso proceso de depuración, que es tanto como decir de
entendimiento de la Poesía198.
Juan Ramón partió de lo que se llamó postura simbolista. Bien
entendido que simbolismo no es palabra unívoca y con ella se designan tanto a
los prerrafaelistas como a Verlaine. Él, que manifestó su desviación de los
parnasianos, aunque en algún momento -un año, precisa- pudiera tener relaciones
con la escuela, se confesó simbolista. Lo fue por su carácter lírico y por la
herencia que recibió de Bécquer199. De ahí, si no
por otros caminos diferentes, el romanticismo desgarrado -demasiado externo
muchas veces- de tantos y tantos poemas de esta época, para los que bien
valdrían aquellas palabras tardías: “a veces mi poesía cobra tal prestigio
romántico, que me parece que he muerto”200. Quedaron dos
nombres, Verlaine y Bécquer, y quedó la inclinación simbolista que había de
durar para siempre.
Volvemos a enlazar con el principio: el simbolismo ha sido una
necesidad de expresión201, más aún de
protesta contra el mundo en que el poeta ha tenido que vivir; pero frente a la
falacia de caer en reacciones externas, él buscó un simbolismo interior que le
llevó al compromiso de su propio rigor202. Valgan unas
pocas palabras de exactitud: “En verso rimado, ripio es lo que no se diría en
verso libre; en verso libre, lo que no se diría en prosa cualquiera: en prosa
cualquiera, lo que no se diría hablando exactamente”203. Eso le exige
precisión lingüística, tanto más necesaria por cuanto intenta descubrir mundos
interiores que se resisten a la manifestación o captar realidades externas, en
sí mismas fugaces204; por eso los
símbolos con que las palabras se manifiestan se pueden estudiar en estructuras
bien trabadas dentro del plano de la expresión205. Por otra parte,
para que la comunicación sea más justa y la precisión más apurada, la poesía
recurre a disponer de los recursos que puede encontrar en otras artes: estos
libros publicados al quebrar el siglo XX están dentro de su tiempo; diría más,
de las activas exigencias de su tiempo. Se convierten en testimonio de una
poesía cromática que procede dentro de los mejores descubrimientos. Pero no se
olvide, Juan Ramón quiso ser pintor y las muestras que nos quedan de su arte son
muchas veces impresionistas la persona humana no se escinde en mitades
insolidarias (de una parte, la vocación plástica; de otra, la voluntad lírica),
sino que una complementa a la otra, aunque venga a verse que pintura y poesía
tienen diversas atribuciones. Sin embargo, ahí quedó, y ya desde los primeros
libros, su necesidad de trabajar en contacto con la naturaleza, la captación de
los colores, según se modificara la luz, el vibrar de la piel bajo el sol o sus
tonalidades distintas cuando la sombra era también color, las sinestesias. Mundo
variadísimo que venía desde aquel cuadro de Monet en que el sol empieza a
levantarse para iluminar un puerto. Todo esto se tuvo que decir con palabras y
las palabras no le fueron esquivas, ni siquiera en los comienzos, con lo que las
posibilidades expresivas de la lengua se enriquecieron, tanto, cuando menos,
como los tonos y matices de la paleta. Después vino el otro gran intento de
crear una poesía total, símbolos, colores, y música. Con la música no se llegó
tan lejos, pero se abrieron caminos hacia una primera plenitud206.
Merecía la pena acercarse a
los libros desdeñados, pero no desdeñables. Válidos por lo que son en sí mismos
y, sobre todo, por cuanto significaron en un momento que resultó ser decisivo.
Ninfeas, Almas de violeta y Rimas dijeron qué debía
hacerse y qué no se podía hacer. En la balanza del gran poeta el fiel no pudo
mantenerse en equilibrio: cayeron las pesas sobre el platillo del qué debía
hacerse y ya no pesó lo que no se podía hacer. Roto el equilibrio se salvó la
poesía. Testimonio, medio siglo de insatisfecha perfección.
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