06 julio 2008

EL GRAN ESCRITOR Y SUS MEJORES ARTICULOS




MARIO VARGAS LLOSA - ACOSO Y DERRIBO OTRA VEZ

de Luis Yáñez, su portavoz en la Comisión de Asuntos Exteriores, el Partido Socialista (PSOE)


Ha presentado en el Congreso una propuesta para que España asuma en la Unión Europea, en lo que concierne al régimen autoritario peruano de Fujimori, el mismo liderazgo que ha tenido en coordinar con sus socios europeos una política de presión a la dictadura cubana de Fidel Castro en favor de los derechos humanos y la democratización.

Se trata de una iniciativa loable, que ha respaldado ya Izquierda Unida, y que los demócratas peruanos y españoles esperamos que obtenga el apoyo unánime de las fuerzas políticas representadas en Las Cortes, en especial, del Partido Popular de José María Aznar, que, conviene recordarlo, fue uno de los primeros en condenar, en términos inequívocos, el golpe militar del 5 de abril de 1992 que destruyó, a los doce años de recobrada, la democracia en el Perú. La propuesta es impecable, desde los puntos de vista jurídico y ético, además del político.

Ella recuerda que el 17 de julio de este año el Parlamento Europeo condenó al régimen peruano por sus repetidas violaciones a los derechos humanos y pide que Bruselas, actuando de manera consecuente, aplique a la dictadura de Fujimori, Montesinos y De Bari Hermoza la misma política que ha adoptado, gracias a España, frente a la dictadura cubana, supeditando la ayuda y colaboración europeas a los progresos que haga en los dominios de la libertad y la legalidad. En el Perú, no hay progreso alguno en estos dos campos, más bien -sobre todo, en las últimas semanas- violentos retrocesos.

Como si el gobierno se empeñara en dar la razón a Amnistía Internacional, que, en su último informe, señala que el régimen autoritario peruano comparte el deshonroso palmarés de los crímenes políticos, torturas, ejecuciones sumarias, detenciones ilegales, atropellos contra la libertad de prensa, interferencias telefónicas, envilecimiento de la Justicia, expropiación de la correspondencia, etcétera, con satrapías tan flagrantes como las de Nigeria, Birmania, Corea del Norte o Libia. A raíz de su iniciativa, el diputado Yáñez fue amenazado de muerte por un supuesto Comando Cinco de Abril, que llamó también a diversos medios de comunicación españoles.

Las llamadas, hechas desde teléfonos de Lima, delatan la mano sucia del SIN (Servicio de Inteligencia Nacional), los predios desde los que Montesinos, De Bari Hermoza y demás miembros de la cúpula castrense que detenta el poder urden las grandes operaciones represivas y "sico-sociales" del régimen. La última de estas operaciones se consumó al amanecer del 19 de setiembre, cuando las fuerzas policiales ocuparon Frecuencia Latina, canal de televisión de Baruch Ivcher al que, mediante triquiñuelas jurídicas de grotesca factura, el régimen despojó de la nacionalidad peruana primero, para arrebatarle luego su empresa y entregársela a unos accionistas minoritarios, cómplices del desafuero.


La razón de ser de este despojo, perpetrado como un verdadero desafío a la comunidad internacional -pues, desde el Congreso de Estados Unidos hasta la Agencia Judía, pasando por todas las asociaciones de prensa del mundo, habían protestado contra el atropello- es alinear a Frecuencia Latina con la política de servilismo al gobierno que es la norma entre los grandes medios de comunicación desde el 5 de abril del '92. Lo era también la del canal de Baruch Ivcher hasta hace unos meses, en que denunció la colusión de jerarcas militares del régimen con el narcotráfico y los millonarios ingresos de Montesinos, asesor supuestamente ad honorem de Fujimori. Por este atrevimiento ha sido ahora castigado.

Veinticinco periodistas de Canal 2 renunciaron a sus cargos en el instante mismo que la Policía ocupó el canal, negándose a trabajar con los usurpadores. Antes habían librado una valerosa batalla, encerrándose en el local e informando sobre lo que ocurría, con verdadera temeridad. Quiero destacarlo -mencionando a los cuatro mosqueteros de la resistencia: Fernando Viaña, Gonzalo Quijandría, Iván García y Luis Iberico- no sólo porque esas actitudes son infrecuentes en el periodismo peruano, donde las últimas dictaduras -la de Velasco y la actual- han contado con la complicidad activa de buen número de hombres de prensa, sino porque, esas actitudes de independencia y decencia, en el Perú de hoy se pueden pagar caras.

Precisamente una de las explosivas denuncias que hizo conocer Canal 2, en su efímero paréntesis de libertad, fue la de un ex agente del SIN, Leonor La Rosa, revelando que este organismo tenía preparado un Plan Bermuda contra la prensa indócil, que incluía el asesinato de un periodista de oposición, César Hildebrandt, simulando un accidente. Los países que gozan de regímenes democráticos, y, sobre todo, aquéllos que, como España, han conquistado sus libertades y el imperio de la ley luego de padecer el agobio de una dictadura, tienen la obligación de ayudar a los que no están en esta situación a librarse de regímenes que, aunque de distintos signos ideológicos, como los de Fidel Castro y Fujimori, se asemejan porque pisotean los derechos humanos, privan a sus pueblos de las más elementales garantías y prolongan, en nuestro tiempo, aquella tradición de oscurantismo, prepotencia y abyección moral de la que la cultura democrática arrancó a la humanidad.


Esta es una política que, por supuesto, no debería ser asumida con cortapisas ideológicas ni hemiplejías pragmáticas. Si el régimen del general Cédrars, en Haití, o el del apartheid en Africa del Sur, eran condenables y merecieron un repudio de la comunidad internacional que facilitó su caída ¿por qué apuntalar al de China Popular, que trata a sus disidentes como aquéllos trataban a los suyos?El argumento que suelen oponer los adversarios de una política de acoso y derribo a las dictaduras por parte de las democracias es el especioso de la soberanía: habría que respetar ésta como un tabú sagrado, aun cuando, a su amparo, déspotas y rufianes amparados en la fuerza bruta perpetraran los más ignominiosos crímenes contra sus pueblos.


El argumento era falaz ya en el pasado, pero lo es mucho más ahora cuando, a raíz de la globalización y la interdependencia irremediable en que se hallan todas las sociedades unas de otras, la soberanía es cada vez más una fórmula retórica y cada vez menos una realidad sustantiva. Lo cierto es que debido a esta estrecha interdependencia resultante de la internacionalización de los mercados, los capitales, las empresas, las técnicas, las comunicaciones, cuando las grandes sociedades democráticas no hostilizan a las dictaduras, las ayudan a perennizarse.

Esa es la función que tienen las inversiones de capitales o las ayudas humanitarias o de cooperación técnica, que los gobiernos autoritarios automáticamente canalizan en su provecho, a veces, a la manera de un Mobutu, para llenarse los bolsillos, y, siempre, para fortalecer su poder y negociar la anuencia de la comunidad internacional con sus excesos. Apoyar una dictadura no es sólo inmoral para un gobierno democrático; puede ser también un pésimo negocio para aquellos empresarios del mundo occidental que, seducidos por los cantos de sirena con que los atraen los regímenes autoritarios, invierten en ellos y descubren, de pronto, como Baruch Ivcher, que la falta de estabilidad jurídica y la arbitrariedad que caracterizan a un gobierno de fuerza, pueden golpearlos también, el día menos pensado, despojándolos de todo lo que tienen. Y, viceversa, que la democracia, incluso imperfecta, garantiza a las empresas una permanencia y seguridad para trabajar impensables bajo una dictadura.

Es el caso de Chile, por ejemplo, donde, bajo los gobiernos de Aylwin y de Frei, los inversores extranjeros han obtenido beneficios mucho más elevados que cuando Pinochet. Y algo más importante: la seguridad de que ningún gobierno futuro vendrá a tomarles cuentas por lo que hicieron o dejaron de hacer al amparo del oprobio político. Así lo entendió el presidente Rómulo Betancourt, de Venezuela, en los años sesenta, cuando trató de persuadir a toda la comunidad democrática de una política coordinada para socavar a las dictaduras, de cualquier signo ideológico, y de apoyo activo a los demócratas que luchaban por derribarlas.


La doctrina Betancourt proponía que los gobiernos democráticos rompieran relaciones diplomáticas de manera automática con todo gobierno resultante de un golpe de Estado, sanciones económicas y una acción de denuncia y acoso en los organismos internacionales contra los regímenes de facto. Durante algunos años, de manera quijotesca, Venezuela practicó esta política, pero no tuvo seguidores, y por razones obvias: en América Latina proliferaban entonces las dictaduras. Hoy día las cosas han cambiado, regímenes como los de Castro y Fujimori son la excepción, no la regla, y quizá la admirable iniciativa de Rómulo Betancourt pueda ser resucitada y puesta en práctica.


Si ella dio resultados en Sudáfrica y Haití, podría darlos también en todos aquellos países sobre los que se abata la peste autoritaria. Sé muy bien que esto es difícil, porque, amparando su pusilanimidad o su falta de principios tras la cortina de humo del muchos gobiernos democráticos latinoamericanos mantienen con la dictadura peruana una tolerancia y complicidad tan repugnantes como las que guardan con la de Fidel Castro. Piensan que así se evitan problemas. Se equivocan garrafalmente.

La existencia de un régimen como el de Fujimori, una dictadura militar con el semblante formal de la democracia -gracias al fantoche civil que tiene al frente, a las rituales mojigangas electorales, y a los manipulados poderes legislativo y judicial- es un gravísimo riesgo para la democratización del continente, aún en pañales y precaria. Pues ha inaugurado un nuevo modelo autoritario, adaptado a estos tiempos, irrespirables para el clásico tiranuelo con entorchados, tipo Trujillo, Somoza, Rojas Pinilla o Batista, que guarda ciertas apariencias democráticas, pero conserva los mismos hábitos y prohíja la misma corrupción y brutalidad que las de antaño.

Desenmascararlo y combatirlo hasta que se desplome y la democracia retorne al Perú es, también, una manera de impedir que el mal ejemplo cunda. Ojalá los diputados españoles tengan presentes estas razones cuando debatan el proyecto del PSOE. Y ojalá España, que ya dio un ejemplo a América Latina de exitosa transición pacífica de una dictadura a una democracia, algo que reverberó felizmente en las transiciones equivalentes de Chile, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, lo dé, también, de una movilización activa de toda la clase política de una democracia moderna en favor de quienes, allá lejos, en el antiguo Perú, como los 25 periodistas de Frecuencia Latina que se han quedado sin trabajo y expuestos a todos los percances por su sentido del deber, resisten el renacer de la barbarie.

PASADO, PRESENTE Y FUTURO DE LA MUSICA METAL





BREVE HISTORIA DE LA MÚSICA METAL -

PRIMERA PARTE
BREVE HISTORIA DE LA MÚSICA METAL -

PRIMERA PARTE :
06/07/2008 2008-07-06

Como es natural, para encarar una tarea como la propuesta en el título de estas líneas, es preciso retraerse algunas décadas atrás para introducirnos en la génesis del metal. En esta génesis, y al margen de las lógicas excepciones al caso, pueden distinguirse dos ramas iniciales, y que aquí, en tono desenfadado y con el único fin de identificarlas, llamaremos metal gamberro y metal pulcro (y que conste que con tales apelativos no se pretende juzgar o valorar de ninguna manera estos géneros).

Es difícil afirmar cuál fue primero, y en verdad éste es un problema que me ha traído algunos quebraderos de cabeza acerca de la genealogía del Heavy.
En cuanto a la primera rama, lo más lógico parece señalar los comienzos del llamado rock duro de los 70. Éste era un género diáfano y sin pretensiones cuyos primeros practicantes jamás pensaron en engalanar su arte con intelectualismos de ninguna clase, y en general nunca fue objeto de las alabanzas o el rechazo de la avantgarde (motivo por el cual, posteriormente y de manera subrepticia, el Heavy demudaría en un fenómeno alienado de las corrientes contraculturales oficiales, así como en un cierto victimismo o complejo que al parecer padece el metal frente a los géneros musicales intelectuales del siglo XX.


Pese a esto, no cabe duda de que la presencia de bandas tales como AC/DC, Deep Purple, Motörhead, Black Sabbath o Led Zeppelin ilegitimaba por entonces este prejuicio).
La segunda rama sería una versión más colorista, y hasta cierto punto más artificiosa, de los rockeros tradicionales. Así como los metaleros gamberros rondaban en los confusos límites entre el hard rock y el Rock tradicional, en ocasiones los representantes del metal pulcro estarían más próximos al rock californiano, al glam rock o al pop edulcorado que al espíritu duro.


Ejemplos de lo que decimos son las celebérrimas bandas Kiss, Twisted Sisters, Van Halen, Alice Cooper, Dio, etc. Asimismo, si como se ha dicho las bandas gamberras carecían de cualquier apoyo o andamiaje intelectual que hiciera de ellas y de su arte un fenómeno integrado, esto vale igual o más para las bandas pulcras, que, tal vez influenciadas por la cultura del bienestar imperante en la costa Oeste de Estados Unidos, raramente han dado muestras de gravedad o enojo.


Cabría preguntarse si todo fenómeno de arte transgresivo no está condenado a atravesar en sus primeros días una etapa de indiferencia por parte de sus contemporáneos, si no fuera porque las bandas de metal pulcras distaban mucho de ser la mitad de transgresivos que sus primos gamberros.



A todo esto, estas tendencias ya venían desdibujándose gracias a bandas pioneras como Judas Priest, Iron Maiden, Mercyful Fate, Manowar, Scorpions o Accept, que establecerían los pilares de lo que hoy entendemos por Heavy metal. Ambas vertientes dieron en fusionarse un buen día, allá por los albores de la década de los 80, con la aparición de un hijo híbrido llamado thrash metal.


Las homéricas grabaciones de Kill em all de Metallica y Show no mercy de Slayer en el mismo año (1983) señalan este nuevo maridaje de manera contundente, y que con la aparición de Fistful of metal de Anthrax (1984) y Killing is my business de Megadeth (1985) marcarían el poderío del metal norteamericano frente a la New Wave of British Heavy Metal y formaciones por entonces desconocidas pero de una importancia capital en el desarrollo del metal posterior --como los suizos Celtic Frost, cuyo primer trabajo de estudio, Morbid tales (1984), es una obra pionera en el ámbito del metal “oscuro”--.


De manera casi milagrosa, el tecnicismo electrizante de los puristas y la rabia desatada de los gamberros se unieron para dar forma a un fenómeno que no tardaría en introducirse en los hogares de millones de jóvenes ávidos de un renacimiento musical.
De la noche al día, o viceversa si se prefiere, las industrias discográficas, así como las del textil, instrumentos musicales o HI-FI de alta-definición, vieron sus arcas desbordadas por el afluir de interminables chorros de dólares que contribuyeron a reanimar la vieja carcasa del rock star, las macrocampañas publicitarias, los macroconciertos y las macrogiras, la Mtv… todo un festín de discos de vinilo y camisetas que llegaron en el momento justo para reavivar las brasas de una “cultura del fan” en horas bajas, y que sin duda las industrias antes mencionadas acogerían con no menos entusiasmo.


Llegados a este punto, es el momento de contextualizar el panorama musical de aquellos años. A mediados de los 80 la escena del Rock atravesaba una hora relativamente improductiva; tras el apogeo mundial del Punk y el nacimiento de la música electrónica, se dio un lapso de vacilación en el que podría pensarse que el Rock había llegado a su punto crítico, y puede que así fuese, en cuenta de la proliferación de bandas “deconstructivistas” o “minimalistas” que dieron a los 80 un sabor genuino y que muchos aún hoy recuerdan con aires de nostalgia.


Los sonidos más underground de la contracultura musical vieron así el terreno abonado para su libre ejercicio, dando lugar a subgéneros como el Hardcore, la New Wave o el llamado noise neoyorquino, cada uno de los cuales engendraría una fauna particular de adeptos y seguidores.
Sin duda éste era un momento favorable para la música Heavy, que no tardó en subirse a la vanguardia del “corrosivismo” con una faceta más controvertida que ninguna de las conocidas hasta entonces: el death metal. Alentados por el éxito de grupos insignes del thrash como Venom, Destruction, Sodom, Kreator o Sepultura, hacia finales de los 80 ya existía todo un panorama de nuevas bandas atraídas por una estética macabra y un sonido apabullante.


De nuevo los amigos norteamericanos contribuyeron de manera notable a establecer las bases de un género decididamente corrosivo y siniestro, con bandas puntales como Morbid Angel, Cannibal Corpse, Death, Deicide, Dark Angel, Possessed y Obituary (cuya formación bajo el nombre Xecutioner ya había perpetrado las primeras maquetas de death metal en… ¡¡1982!!), sin olvidar la inestimable alianza de bandas británicas como Napalm Death, Carcass y Bolt-Thrower, o los griegos Rotting Christ.


A todo esto hay que agradecer, como es prácticamente insoslayable en este tipo de reseñas, el trabajo de los principales sellos discográficos que apostaron por estos géneros en sus inicios: Mosh, Peaceville, Earache, Nuclear… etc, todos ellos auténticos filántropos cuya contribución a la música de finales del siglo XX es hoy digna de encomio.



No hay que perder de vista que, durante los primeros años del death metal, el Heavy en su definición más pura aún no había dicho su última palabra, ni mucho menos. Como evidencia de esto, en 1990 ve la luz la milagrosa grabación del que, en opinión del autor de estas líneas, es el mejor disco de Heavy metal de todos los tiempos: el portentoso Painkiller de los siempre vivos Judas Priest. En este disco se reafirman los mejores atributos del Heavy en su acepción más clásica pero también intensamente moderna. La claridad y firmeza de las composiciones, los riffs, la ejecución de cada uno de los músicos (un auténtico seminario de cómo debe tocarse y componerse Heavy metal), incluso la magnífica producción de sonido…


todo ello consolida esta obra como una cima todavía invicta en su género, y es tal vez un punto de partida a la segunda juventud que experimentaría el Heavy metal en la década de los 90.
No menos importantes serían las “obras de madurez” de Slayer --Reigning blood (1986), South of Heaven (1988), y Seassons in the abyss (1990)--. Tres discos consecutivos que alcanzan sin paliativos la cumbre de la elegancia y el metodismo en el metal. Si bien la conflictiva banda norteamericana ya había ensayado interesantes acercamientos a un metal sofisticado a la vez que energético en sus trabajos anteriores, con Reigning blood los de Huntington Beach parieron una obra maestra incontestable cuya esencia perfilaría el sólido estilo de sus creadores.


Estos tres discos son un elenco de maestría e inspiración metaleras, con un providencial Pete Lombardo a la batería y unas composiciones que destacan por su brillantez a manos de unos individuos que, seguramente sin proponérselo, inscribieron su nombre en la historia de la música.
Toda esta oleada de controvertidos estilos y maneras impensables de concebir la música representa un fenómeno cuanto menos curioso desde el punto de vista tradicional del término.


Palpita en estos géneros una percepción fatalista del mundo que hunde sus raíces en las corrientes milenaristas, apocalípticas e inconformistas del siglo XX, y que, de manera tangencial, podría equipararse a otros movimientos inconformistas de este siglo.
No obstante, en mi opinión el metal nunca ha pretendido formar parte (al menos conscientemente) del rumbo general de la contracultura, y aún dista mucho de proponer planteamientos innovadores desde el punto de vista estructura/forma como lo han hecho otros géneros del siglo XX (en próximas entregas veremos por qué el metal está más emparentado con concepciones clasicistas de la música que con las formas características de la posmodernidad).


Lo destacable en el metal (o en la actitud del metal) debe buscarse en una visión de desengaño frente a las utopías que rigen el mundo y que, tras el secularismo y el malestar de la cultura en Occidente, ha sembrado una sombra de escepticismo y desasosiego donde antes había credulidad e idealismo inocente. Dicho escepticismo o malestar, qué duda cabe, es un ingrediente absolutamente necesario en el avance de una cultura laica, librepensante y en continua metamorfosis como la nuestra.Hasta aquí la primera entrega de “BREVE HISTORIA DE LA MÚSICA METAL”.



Rogamos disculpen cada una de las omisiones de bandas que a juicio del lector pudieran ser relevantes, pero el gran número de las mismas hace que debamos afinar al máximo para lograr una exposición al gusto de todos. En el próximo apartado, “Los 90: Furia y preciosismo”, nos centraremos en una década que trajo importantes cambios al entorno musical que nos ocupa, con especial atención a la “Escuela escandinava” y el power metal, así como a buena parte de los géneros sub especie que de esta gran matriz llamada metal han devenido con el paso de los años.