Mis manos
son cadenas atardecidas,
salpicadas por el sol
mortecino del crepùsculo,
son destellos de dolor
heridas satisfechas
de esperanza;
Mis manos son caricias
arrepentidas,
consentidas
por la lejana tristeza
de los niños,
amanecidos a la aurora
de la muerte,
mis manos brotaron
de la profundidad de los campos,
de donde salen los aromas
de las flores
y donde descansan
en absoluta paz,
los que mueren de ilusiones;
mis manos
pertenecen a la alborada
de la libertad
y a la dulce mirada de los pobres.