Me fui poniendo ciego con la vida
porque me fue gustando,
lo confieso.
Enamorarme de sus trucos más viejos:
las tardes, los paseos,
las citas en los bares,
comer fuera de casa,
charlar con los amigos,
probar lo prohibido,
amar sin compromiso,
liarme y desliarme.
Tener sueños de gloria
y utopías de una existencia mejor,
más razonable.
Gritar contra lo injusto
y ponerme del lado
del que no es nadie.
Había un no sé qué
por cargar lo que me echaran,
comerme el mundo
en un instante
y tropezar tantas veces
en la misma piedra.
Con el paso del tiempo
me he ido quitando
de muchos de esos vicios,
de todo aquello que ya es necesario
y que es casi todo.
Por la borda he tirado
manías y prejuicios,
ambiciones que no valen la pena.
A pesar de los años
no me he desenganchado
de esta droga tan dura
que es vivir con un tiempo prestado
mientras el deseo me mata.