Dispersos desadaptados y rebeldes,
renacen con la codicia de las horas tensas,
adulonas sin pena y sin gloria,
marcando los pasos de la cobardía,
no extrañan no sienten nada,
pero pesan en la romana de sus vidas
las onzas de oro como corazones amarillos
y guardan sus dientes atenazados
por vampiros elefantes blancos
llenos de oro, purgando los alimentos
anémicos que navegan atardecidos
en barquitos de papel,
acariciando los atrevidos sueños
ilusiones ilusas que la tarde deja
y la boca saborea a secas.