Cuando la sombra de la tarde
se expanda y el cielo se rasgue
y las aves raudamente vuelvan a sus nidos,
cuando los recuerdos nos invadan
y no haya olvidos,
cuando nuestras tristezas aparezcan
y la pena nos llene el alma,
cuando segundo a segundo
no tengamos calma
y poco a poco comensemos
a ver otras caras y hablemos pausadamente,
cuando nos miren los familiares
y acaricien nuestras sienes,
cuando las horas se hagan eternas
y nos apresuremos a expectar la vida
y la vida se vuelva ajena,
cuando no articulemos
palabra alguna y el silencio
nos envuelva,
cuando nuestros ojos se cierren
lentamente y nuestras manos
se pongan rigidas,
ha llegado la hora eterna.