Cuando una relación se rompe,
muere un dialecto.
Enamorarse reaviva la alegría infantil
de inventar , un Génesis verbal.
Forjamos frases que evocan
un recuerdo compartido,
sobreentendidos, expresiones
corrientes con sentidos ocultos.
Ideamos apodos, inflexiones nuevas
—nuestras—, claves imposibles
de entender fuera del círculo mágico.
Nos excita ser comprendidos
solo por los más íntimos.
Y cuando al amar vamos explorando
un cuerpo aún desconocido,
creamos, dando nombre a sus rincones,
una cartografía física cuyos
topónimos nadie más pronunciará.