08 mayo 2014

NUEVOS TIEMPOS


Dos lágrimas corrieron por sus mejillas. Se agachó y limpió el polvo acumulado durante casi dos años sobre aquel pedazo frío de mármol que servía de única identificación. Podía leerse: “María Azucena Infante Travieso” (junio 24 de 1987 – febrero 29 de 2012)
Se levantó y miró en dirección Norte. Cerró los puños y pidió a Dios perdón para quienes no lo merecían.
Volvió a bajar la vista. Dijo una breve oración y se limpió las lágrimas, tan amargas como el dolor que le embargaba.
Un pequeño de cinco años llegó corriendo a su lado.
-Abuelo, ¿y mamá? Me dijiste que la veríamos.
-Aquí está, en su nueva casa –dijo el anciano en un susurro.
Tomó al niño en sus brazos. Volvió a agacharse y colocó la flor que este traía entre sus manitos.
-Hija mía, ahora ya no emigramos al Norte. Gracias a la nueva América que construimos para todos no tendremos que dejar nuestra tierra por una ajena, o por quienes nos desdeñan y persiguen y ultrajan y explotan…. ¡Al fin, por Dios, podemos llamarnos americanos, sin temores o malas interpretaciones! ¡Ojalá estuvieras aquí!
Bajó al pequeño, se puso de pie y lo tomó de la mano. Dieron la espalda al sepulcro y partieron, para jamás regresar.

 
Eduardo Pérez Otaño
Pinar del Río, Cuba          

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