16 mayo 2014

QUE FACIL





Que fácil es mirar el cielo.
Que fácil es sonreír por nada.
Que fácil es dar ternura
a un niño.
Que fácil es soñar               contigo.
Es fácil recordar tu amor
y besar tus labios.
           Fácil es platicar de                           los dos                                            
Fácil mirarme en tus ojos
mientras acaricio tus cabellos
de ilusión.
                                            Fácil es oír tu voz.
                                                     Fácil es estremecerme de                                                   pasión.

Fácil darte mi tiempo
y mi espacio.
Fácil descubrir
que hueles a flor.
Fácil es decir que te quiero
y mas fácil es soñar los dos.

OTRA DE FANTASMAS



Otra de fantasmas

Extiendo sobre el mantel las cosas que fueron mías, un viento de objetos que me persigue como mi preciosa cabellera, mi calma (Inteligencia Emocional), mi corazón desde donde yo nacía (Los problemas al nacimiento), mi vientre joven, mis hijos niños, la cuchara de plata con que removía el té y los días hermosos.
Comprendo que son remos para conducir mi barca en otro tiempo. Que ahora, tal vez, no necesito remos, sino bastones.
Vuelvo, entonces, a recordar al fantasma que ha matado a tantos… (El Fantasma del Teatro Municipal, de Enrique Butti).
El fantasma
Jamás pensó que alguna vez se encontraría con él, con el monstruo que había cazado a cazadores de letras manuscritas (Monstruos y animales desconocidos. El universo onírico de la criptozoología).
Tampoco pensó que, de encontrarse, descubriría en él una forma tan blanda y feroz a la vez, y que su beso dejaría un sabor tan amargo (El libro de la fuente de vida, de Salomón Ibn Gabirol).
Era pálido, era el silencio y el vacío (Del elogio de la nada a la ontología del lenguaje). Era la nada más allá de cualquier definición: la nada que no se encuentra en ningún libro de filosofía.
Que se mira cara a cara, como luchando con ella en un ring hasta la muerte (¿Qué es la muerte?).
Era no poder salir de algún lugar, sólo que ella no sabía el lugar de donde debía salir, escapar; era la falta de libertad de nombrar la cárcel y el enemigo, cuando sus palabras se iban borrando poco a poco de los cuadernos que había escrito.
La nada: había que mencionarla otra vez para decir que estaba atrapada allí, en ese ataúd sin bordes.
Hacía años le habían hablado de este posible encuentro con el monstruo como una enfermedad, locura o sueño -o normalización y equilibrio, mirado desde burguesas caras-, pero no le había ocurrido nada hasta ahora.
Las formas y metáforas pasaban ya presas por su imaginación; tenían esposas, grilletes, arrastraban cadenas y no podían salir de allí y atravesar la puerta del papel.
-Piensa en cualquier historia, en algo mínimo, muy pequeño, que te haya ocurrido ahora o hace cien años -se decía a sí misma.
Y lo pensaba y cien historias le volaban alrededor como si ella fuera el reflejo de una lámpara y las historias fueran mariposas nocturnas, cuando en realidad sólo eran mariposas que se habían desangrado; sin sangre, sin tinta.
Y ella que había nacido ya escribiendo con tinta de sangre cada día, y que tenía la sangre llena de tinta feliz o venenosa, se resbalaba sobre el monstruo, el monstruo blando, blanco, que se había vuelto como una babosa que se escabullía por el escritorio. Pensaba en uno de sus viejos escritos:
En mi escritorio de madera oscura
reposan mis cristales de miope
junto a una tijera y un pequeño cofre
y un costurero de piel de víbora con hilos de colores
y un libro de reproducciones de Caravaggio en cuya tapa
un niño o una mujer se inclinan ante un hombre.
Faltan pequeños brotes amarillos
que no pude encontrar en los jardines
pero hay adentro de un antiguo cuaderno
viejas, muy viejas alas de mariposas.
Escribo a veces, otras veces leo
inclinando demasiado la cabeza
sobre el papel
y cuando la levanto
mis ojos están vacíos en el espejo que los mira.
Los paseo entonces indiferentemente sobre estos
prados artificiales
de lápices y portalápices y transparentes, etéreas escuadras,
y los busco otra vez:
he regresado.
Pero ya no podía regresar.
Pensó en pensar detalles, tonterías, como ¿en dónde están los verdes paraísos, esos que se llaman Infancia? Es decir, introducir detalles menores de su infancia, por ejemplo el pasillo de su casa de niña, el patio, la escalera y el balcón de piedra.
En el pasillo estaban los juegos con su hermano Luis, y el pasillo con cinco puertas que se cerraban y al cerrarse todo quedaba en absoluta oscuridad. Y como con su hermano, cuando tenían cuatro y cinco años, jugaban a ser fundadores de plazas, ya fuera en el patio, ya fuera en el balcón, y les ponían los nombres comunes de todas las plazas, como Plaza San Martín o Plaza Colón o Parque de la Virreina, a lo que quedaba entre las cinco puertas cerradas y donde no se veía lo llamaban Oscuridad. Oscuridad como Plaza o como Parque, y con el nombre de algún prócer.
Y allí mismo, en ese pasillo del pasado, ella y su hermano fundaron la Oscuridad Belgrano.
Esta nueva oscuridad no tenía nombre y encima, paradójicamente, era muy blanca.
Después de muchas horas, volvieron de a poco las palabras a permitirle ser escritas. Aunque, en realidad, lo que había escrito podía decirse que era otra página en blanco porque no decía más que eso, describía el espanto del monstruo que se llevaba todo, el espanto de no poder escribir.
Pero los signos estaban dibujados, otra vez la mano se había juntado con la lapicera y el papel con la tinta; nunca, definitivamente, le había importado otra cosa que el que la mano manche largamente con letras cuadernos y cuadernos.
Entonces el fantasma, el monstruo, se había alejado.
Se había ido a dormir con los verdaderos escritores, no con ella.
Ella no merecía la tortura del terror a la página en blanco, no era por cierto una Escritora sino una manchadora dibujadora de letras. Pero las circunstancias, o Dios mismo, le hicieron escuchar una vez ese silencio, percibir la tragedia de los que no escriben nunca más -como los músicos sordos, o los pintores ciegos.
Envío
Les mando El Invierno de Vivaldi para que escuchen y mis montañas que estarán pronto nevadas para que miren con amor.
Mora

15 mayo 2014

UN OLVIDO PREMONITORIO



Esperando por tiempo infinito
la aurora de mi gran dia.
Pienso extensamente
y visualizo soledades.
Tristezas que existen
en el fondo del alma.
No hay respuesta 
o quizá no la quiero.
Es mejor que el tiempo
se encargue de darla.
Me rodea un silencio
extenuante y un olvido
premonitorio.
Mis dedos se deslizan por este teclado
angustian-te y difuso.
Estoy perseguido por sombras
y lamentos mudos.
Medito entre penumbras
y mi razón se percata
del vació profundo
que se une a  mi ser.
En mi ejercicio diario
de hacerme entender,
no hallo nada que valga la pena
solamente hay huellas de amor.
Necesito volver pero a donde?.
Podría regresar a aquel tiempo
cálido de aguas tranquilas
y de amor maternal?.

14 mayo 2014

SEÑOR ENSÉÑAME A CAMINAR EN TINIEBLAS




Como demostrarte mi amor
si soy un pecador.
Como expresarte que te amo
si a lo largo de mi vida he mentido.
Como entregarte mi vida
si la falsedad he preferido.
Como alabarte Señor
si con mi boca he maldecido.
Como seguirte Jesús
si no puedo caminar contigo.
Como dejar la calidez de mi hogar
por compartir mi morada contigo.
Señor enséñame a perdonar
como tu nos perdonas.
Señor enséñame a caminar
entre estas tinieblas
para ver tu rostro bendito.
Señor ayúdame a entregarme a ti
y no recordar jamas lo vivido.

13 mayo 2014

UN MUNDO DIFERENTE



Propicio la libertad verdadera.
Aquella sin leyes ni moral.
Acaso habiendo tantas leyes
la gente para de matar?
Propicio una familia diferente.
Donde todos nos amemos por igual.
 Donde no haya ninguna imposición.
Acaso imponiéndonos amar
no se comete la traición
como en tiempos de Cain Y Abel?
Propicio una sociedad comunitaria
donde donde todos 
nos sepamos mandar
para poder vivir en paz.
Propicio un mundo diferente
donde la sonrisa sea igual
y no patrimonio de quien
 que
tenga mas.

12 mayo 2014

IRONICA SITUACION

Irónica situación.
 Amar y odiar, claro según la ocasión.
 El mercado ya entro con buen pie en la razón.
 Ahora resulta que Dios que inauguro el verbo amar
 se mezcla con belcebu y no pasa nada
 así mejora la pasion.
 Y es verdad aunque no se crea.
 La familia es olla de grillos
 con las claras excepciones.
 Los valores van a pie juntillas
 con el robo y la traición.
 La justicia vaya que cosa es?
 si claro un nido de ratas
 y la verdad, cual verdad?
 mejor decirle locura.
 La verdad vive y morirá
 en los hombres sin razón.
 Si a usted le falla el coco
 no es mentira, ¡ usted es un gran señor!

AMO AL QUE NO SABE AMAR


Amo el amor de los que aman
de aquellos que cada mañana
realizan la promesa de soñar.
Amo a los que cada dia
se entregan a besar y luego se van.
Amo las horas aurorales
que en la humedad de una flor
se entregan y se marchan a luchar.
Amo la terquedad de los amantes
que nada tienen
y sinembargo dan.
Amo el amor que se entrega
como hostia consagrada
o como fruto del mar.
Amo aquel amor que puede ser eterno
o simplemente fugaz
Amo mi amor que lo entregue
y no pienso quitarlo jamas.
Amo al amor triste que llora dia a dia
sin encontrar paz.
Amo los brazos que me abrazan.
Amo al que no sabe amar.

11 mayo 2014

SOLEDAD MIEL DESPERDICIADA


Soledad que me corroe.
Que llena lentamente 
todo mi ser.
Me provocas nausea
pero siempre estas.
Soledad contigo aprendí
que todas las cosas
son amigas
Aprendí a convivir 
entre el frió del alma
y el calor de una ausencia.
Soledad vació, ausencia.
Soledad como miel 
desperdiciada.
Soledad de mi dolor
y de mis ansias.
Soledad de mis anhelos
y esperanzas.
Soledad sola.
Soledad de Cristo
en un viernes Santo.

10 mayo 2014



Historia de una madre
[Cuento infantil. Texto completo.] Hans Christian Andersen

Estaba una madre sentada junto a la cuna de su hijito, muy afligida y angustiada, pues temía que el pequeño se muriera. Éste, en efecto, estaba pálido como la cera, tenía los ojitos medio cerrados y respiraba casi imperceptiblemente, de vez en cuando con una aspiración profunda, como un suspiro. La tristeza de la madre aumentaba por momentos al contemplar a la tierna criatura.
Llamaron a la puerta y entró un hombre viejo y pobre, envuelto en un holgado cobertor, que parecía una manta de caballo; son mantas que calientan, pero él estaba helado. Se estaba en lo más crudo del invierno; en la calle todo aparecía cubierto de hielo y nieve, y soplaba un viento cortante.
Como el viejo tiritaba de frío y el niño se había quedado dormido, la madre se levantó y puso a calentar cerveza en un bote, sobre la estufa, para reanimar al anciano. Éste se había sentado junto a la cuna, y mecía al niño. La madre volvió a su lado y se estuvo contemplando al pequeño, que respiraba fatigosamente y levantaba la manita.
-¿Crees que vivirá? -preguntó la madre-. ¡El buen Dios no querrá quitármelo!
El viejo, que era la Muerte en persona, hizo un gesto extraño con la cabeza; lo mismo podía ser afirmativo que negativo. La mujer bajó los ojos, y las lágrimas rodaron por sus mejillas. Tenía la cabeza pesada, llevaba tres noches sin dormir y se quedó un momento como aletargada; pero volvió en seguida en sí, temblando de frío.
-¿Qué es esto? -gritó, mirando en todas direcciones. El viejo se había marchado, y la cuna estaba vacía. ¡Se había llevado al niño! El reloj del rincón dejó oír un ruido sordo, la gran pesa de plomo cayó rechinando hasta el suelo, ¡paf!, y las agujas se detuvieron.
La desolada madre salió corriendo a la calle, en busca del hijo. En medio de la nieve había una mujer, vestida con un largo ropaje negro, que le dijo:
-La Muerte estuvo en tu casa; lo sé, pues la vi escapar con tu hijito. Volaba como el viento. ¡Jamás devuelve lo que se lleva!
-¡Dime por dónde se fue! -suplicó la madre-. ¡Enséñame el camino y la alcanzaré!
-Conozco el camino -respondió la mujer vestida de negro pero antes de decírtelo tienes que cantarme todas las canciones con que meciste a tu pequeño. Me gustan, las oí muchas veces, pues soy la Noche. He visto correr tus lágrimas mientras cantabas.
-¡Te las cantaré todas, todas! -dijo la madre-, pero no me detengas, para que pueda alcanzarla y encontrar a mi hijo.
Pero la Noche permaneció muda e inmóvil, y la madre, retorciéndose las manos, cantó y lloró; y fueron muchas las canciones, pero fueron aún más las lágrimas. Entonces dijo la Noche:
-Ve hacia la derecha, por el tenebroso bosque de abetos. En él vi desaparecer a la Muerte con el niño.
Muy adentro del bosque se bifurcaba el camino, y la mujer no sabía por dónde tomar. Se levantaba allí un zarzal, sin hojas ni flores, pues era invierno, y las ramas estaban cubiertas de nieve y hielo.
-¿No has visto pasar a la Muerte con mi hijito?
-Sí -respondió el zarzal- pero no te diré el camino que tomó si antes no me calientas apretándome contra tu pecho; me muero de frío, y mis ramas están heladas.
Y ella estrechó el zarzal contra su pecho, apretándolo para calentarlo bien; y las espinas se le clavaron en la carne, y la sangre le fluyó a grandes gotas. Pero del zarzal brotaron frescas hojas y bellas flores en la noche invernal: ¡tal era el ardor con que la acongojada madre lo había estrechado contra su corazón! Y la planta le indicó el camino que debía seguir.
Llegó a un gran lago, en el que no se veía ninguna embarcación. No estaba bastante helado para sostener su peso, ni era tampoco bastante somero para poder vadearlo; y, sin embargo, no tenía más remedio que cruzarlo si quería encontrar a su hijo. Se echó entonces al suelo, dispuesta a beberse toda el agua; pero ¡qué criatura humana sería capaz de ello! Mas la angustiada madre no perdía la esperanza de que sucediera un milagro.
-¡No, no lo conseguirás! -dijo el lago-. Mejor será que hagamos un trato. Soy aficionado a coleccionar perlas, y tus ojos son las dos perlas más puras que jamás he visto. Si estás dispuesta a desprenderte de ellos a fuerza de llanto, te conduciré al gran invernadero donde reside la Muerte, cuidando flores y árboles; cada uno de ellos es una vida humana.
-¡Ay, qué no diera yo por llegar a donde está mi hijo! -exclamó la pobre madre-, y se echó a llorar con más desconsuelo aún, y sus ojos se le desprendieron y cayeron al fondo del lago, donde quedaron convertidos en preciosísimas perlas. El lago la levantó como en un columpio y de un solo impulso la situó en la orilla opuesta. Se levantaba allí un gran edificio, cuya fachada tenía más de una milla de largo. No podía distinguirse bien si era una montaña con sus bosques y cuevas, o si era obra de albañilería; y menos lo podía averiguar la pobre madre, que había perdido los ojos a fuerza de llorar.
-¿Dónde encontraré a la Muerte, que se marchó con mi hijito? -preguntó.
-No ha llegado todavía -dijo la vieja sepulturera que cuida del gran invernadero de la Muerte-. ¿Quién te ha ayudado a encontrar este lugar?
-El buen Dios me ha ayudado -dijo la madre-. Es misericordioso, y tú lo serás también. ¿Dónde puedo encontrar a mi hijo?
-Lo ignoro -replicó la mujer-, y veo que eres ciega. Esta noche se han marchitado muchos árboles y flores; no tardará en venir la Muerte a trasplantarlos. Ya sabrás que cada persona tiene su propio árbol de la vida o su flor, según su naturaleza. Parecen plantas corrientes, pero en ellas palpita un corazón; el corazón de un niño puede también latir. Atiende, tal vez reconozcas el latido de tu hijo, pero, ¿qué me darás si te digo lo que debes hacer todavía?
-Nada me queda para darte -dijo la afligida madre pero iré por ti hasta el fin del mundo.
-Nada hay allí que me interese -respondió la mujer pero puedes cederme tu larga cabellera negra; bien sabes que es hermosa, y me gusta. A cambio te daré yo la mía, que es blanca, pero también te servirá.
-¿Nada más? -dijo la madre-. Tómala enhorabuena -. Dio a la vieja su hermoso cabello, y se quedó con el suyo, blanco como la nieve.
Entraron entonces en el gran invernadero de la Muerte, donde crecían árboles y flores en maravillosa mezcolanza. Había preciosos, jacintos bajo campanas de cristal, y grandes peonías fuertes como árboles; y había también plantas acuáticas, algunas lozanas, otras enfermizas. Serpientes de agua las rodeaban, y cangrejos negros se agarraban a sus tallos. Crecían soberbias palmeras, robles y plátanos, y no faltaba el perejil ni tampoco el tomillo; cada árbol y cada flor tenia su nombre, cada uno era una vida humana; la persona vivía aún: éste en la China, éste en Groenlandia o en cualquier otra parte del mundo. Había grandes árboles plantados en macetas tan pequeñas y angostas, que parecían a punto de estallar; en cambio, se veían míseras florecillas emergiendo de una tierra grasa, cubierta de musgo todo alrededor. La desolada madre fue inclinándose sobre las plantas más diminutas, oyendo el latido del corazón humano que había en cada una; y entre millones reconoció el de su hijo.
-¡Es éste! -exclamó, alargando la mano hacia una pequeña flor azul de azafrán que colgaba de un lado, gravemente enferma.
-¡No toques la flor! -dijo la vieja-. Quédate aquí, y cuando la Muerte llegue, pues la estoy esperando de un momento a otro, no dejes que arranque la planta; amenázala con hacer tú lo mismo con otras y entonces tendrá miedo. Es responsable de ellas, ante Dios; sin su permiso no debe arrancarse ninguna.
De pronto se sintió en el recinto un frío glacial, y la madre ciega comprendió que entraba la Muerte.
-¿Cómo encontraste el camino hasta aquí? -preguntó.- ¿Cómo pudiste llegar antes que yo?
-¡Soy madre! -respondió ella.
La Muerte alargó su mano huesuda hacia la flor de azafrán, pero la mujer interpuso las suyas con gran firmeza, aunque temerosa de tocar una de sus hojas. La Muerte sopló sobre sus manos y ella sintió que su soplo era más frío que el del viento polar. Y sus manos cedieron y cayeron inertes.
-¡Nada podrás contra mí! -dijo la Muerte.
-¡Pero sí lo puede el buen Dios! -respondió la mujer.
-¡Yo hago sólo su voluntad! -replicó la Muerte-. Soy su jardinero. Tomo todos sus árboles y flores y los trasplanto al jardín del Paraíso, en la tierra desconocida; y tú no sabes cómo es y lo que en el jardín ocurre, ni yo puedo decírtelo.
-¡Devuélveme mi hijo! -rogó la madre, prorrumpiendo en llanto. Bruscamente puso las manos sobre dos hermosas flores, y gritó a la Muerte:
-¡Las arrancaré todas, pues estoy desesperada!
-¡No las toques! -exclamó la Muerte-. Dices que eres desgraciada, y pretendes hacer a otra madre tan desdichada como tú.
-¡Otra madre! -dijo la pobre mujer, soltando las flores-. ¿Quién es esa madre?
-Ahí tienes tus ojos -dijo la Muerte-, los he sacado del lago; ¡brillaban tanto! No sabía que eran los tuyos. Tómalos, son más claros que antes. Mira luego en el profundo pozo que está a tu lado; te diré los nombres de las dos flores que querías arrancar y verás todo su porvenir, todo el curso de su vida. Mira lo que estuviste a punto de destruir.
Miró ella al fondo del pozo; y era una delicia ver cómo una de las flores era una bendición para el mundo, ver cuánta felicidad y ventura esparcía a su alrededor.
La vida de la otra era, en cambio, tristeza y miseria, dolor y privaciones.
-Las dos son lo que Dios ha dispuesto -dijo la Muerte.
-¿Cuál es la flor de la desgracia y cuál la de la ventura? -preguntó la madre.
-Esto no te lo diré -contestó la Muerte-. Sólo sabrás que una de ellas era la de tu hijo. Has visto el destino que estaba reservado a tu propio hijo, su porvenir en el mundo.
La madre lanzó un grito de horror:
-¿Cuál de las dos era mi hijo? ¡Dímelo, sácame de la incertidumbre! Pero si es el desgraciado, líbralo de la miseria, llévaselo antes. ¡Llévatelo al reino de Dios! ¡Olvídate de mis lágrimas, olvídate de mis súplicas y de todo lo que dije e hice!
-No te comprendo -dijo la Muerte-. ¿Quieres que te devuelva a tu hijo o prefieres que me vaya con él adonde ignoras lo que pasa?
La madre, retorciendo las manos, cayó de rodillas y elevó esta plegaria a Dios Nuestro Señor:
-¡No me escuches cuando te pida algo que va contra Tu voluntad, que es la más sabia! ¡No me escuches! ¡No me escuches!
Y dejó caer la cabeza sobre el pecho, mientras la Muerte se alejaba con el niño, hacia el mundo desconocido.
FIN

A MI MADRE DEL ALMA




Que bellos momentos
se viven cuando esta  la madre.
A veces la siento en la lejanía
de su ausencia inerte.
Me conmueve el alma
pensar que esta muerta.
Ella era sensible
y lloraba de angustia.
La recuerdo triste
y en sus oraciones 
nos amaba mucho.
Ella me abrigaba en el frió invierno
y nos prodigaba su cálido aliento.
Mi madre sufría
y sus ojos dos perlas
húmedas y hermosas
miraban cansadas su obra
y su tiempo..
Mi madre cantaba
y a pesar de todo 
su corta alegría nos iluminaba.
Le canto a mi madre
fuerza y pensamiento.
La tenia siempre
no pensé perderle.
El tiempo ha pasado
y a veces la veo, la beso
y la siento..
Sus ojos dos perlas
cerraron por siempre.
Mi madre luz tenue
se me fue muriendo
y hoy la necesito
pero no la encuentro.

09 mayo 2014

CUENTOS CORTOS



Almas con olor a cebolla

Cecilia COURTOISIE NIN




Esta mujer tiene algo especial en las manos. Sus dedos gruesos hablan. Sus uñas negras, los nudillos apenas deformados. La resequedad de la piel.
Aprieta el cuchillo entre los dedos y corta la zanahoria casi sin esfuerzo. Pedazos chiquitos para la sopa. Calabaza, puerro, cebolla. Bandejitas de verdura en juliana.
Buen día ¿me da una banana? ¿una sola? Sí. Dos pesos. ¿Dos pesos? Por unidad es más caro. Bueno. ¿Algo más va a llevar? No, nada más, gracias.
Detrás de la expresión seria, un dolor atrasado. El estómago oprimido se oculta bajo la redondez del cuerpo. Cuerpo cansado. Lento.
Lejos quedaron los días de críos en la espalda. De palabras crueles de gente igual, pero con otra vida. Lejos, pero más presente que nunca.
Los anhelos se arrancan de los azotes recibidos, los sueños deformados por lágrimas imperceptibles. Inaceptables. El pecho que se incendia con la naturalidad del aire y trasmite en esa fuerza, generación tras generación, el sabio sigilo de la lucha imperecedera.
La victoria descalza deja huellas en la planta del pie.
La angustia en silencio. El silencio que asume la rabia del otro, la absurda intolerancia.
Los huesos sufren, pero se callan.
¡Deja las ciruelas quietas! Gabriel, vigila a tu hermano. ¿Qué le doy, señor? ¿un kilo? Los zapallitos dos kilos cinco pesos. Un kilo, tres. ¡Gabriel, vigila a tu hermano te he dicho! El brócoli se lo dejo dos con cincuenta porque no vino bueno. ¡Quita tu mano de allí te he dicho! ¡Gabriel! El tomate de oferta se ha acabado, tiene esos a cuatro pesos. ¡Gabriel!
Muchos siglos esperando la esperanza. Con la esperanza a cuestas se sueña distinto, se lucha distinto, la dignidad es posible.
El día empieza mucho antes si se hacen trámites.
Filas eternas de personas que acampan, en busca de un sueño deseado por obligación. Dejar de pertenecer para ser de otra parte. Colas inacabables por una identidad legal. Prueba indeleble del exilio.
Madrugadas enteras desperdiciadas en un papel. Punto de partida de una aparente vida nueva. Sudamérica, hermanos latinoamericanos. Buenos Aires, la utopía disfrazada de anhelos tangibles. Sábanas limpias, un trabajo digno. ¿Digno de quién? ¡Sudamérica! ¿hermanos latinoamericanos?
La Patria Grande.
Falta la partida de nacimiento. Pero yo he traído todo. Todo no, le falta la partida legalizada en su país de origen. Pero yo he traído todo lo que me han dicho ustedes. ¿No entiende lo que le digo, señora? Falta la partida legalizada. A ver, ¿de dónde es usted? ¿y tiene familia allá? Bueno, mándeles la partida para que le hagan el trámite y vuelva otro día. Ya vine cinco veces. ¡Le falta la partida, señora! Vuelva otro día, hoy no puedo hacer nada.
Otra vez el silencio.
Las manos de esta mujer tienen algo. Hablan. Cuentan su historia.
Llega a casa cuando la noche está avanzada, con sus hijos de las manos. El más pequeño quizás en brazos. Abierta al reencuentro que la espera puertas adentro, donde todo está en calma.
La familia unida, por el exilio, por la historia compartida, por el porvenir que están creando. La familia toda, completa, los que ya están, los que van llegando.
La esperanza contenida en los sabores que pasan de mano en mano, hombres y mujeres, núcleo inseparable, inquebrantable. El aroma de los otros que allá están, que son pero no son. Desconocidos de la misma raza, humanos, seres que explotan de vida, de angustia, de anécdotas que son distintas y tan iguales. Rituales que son de todos y que ellos se llevaron a otra parte. Rituales compartidos a la distancia con aquellos que aún luchan en la tierra que los trajo. Pacha al rojo vivo que guarda en frasquitos los vientos huracanados.
Puertas adentro el alma se reconstruye, se comprende. Puertas adentro de casa, y del país que una vez fue nuevo.



(Em português:)

Almas com cheiro de cebola

Cecilia COURTOISIE NIN



Esta mulher tem algo especial nas mãos. Seus dedos rudes falam. As unhas negras, as articulações ligeiramente deformadas, a secura da pele.
Aperta a faca entre os dedos e, quase sem esforço, corta a cenoura. Pedaços pequeninos, para a sopa. Abóbora, alho-poró, cebola. Bandejinhas de verdura picada.
Bom dia; me dá uma banana? Uma só? Sim. Dois pesos. Dois pesos? Por unidade é mais caro. Tudo bem. Vai levar mais alguma coisa? Não, nada mais, obrigado.
Por trás da expressão séria, uma dor que se prolonga. O estômago oprimido se esconde sob a redondez do corpo. Corpo cansado. Lento.
Já vão longe os dias de carregar bebês nas costas. Dias de palavras cruéis de gente igual, mas com outra vida. Já vão longe, embora estejam mais presentes do que nunca.
Os anseios se apartam dos açoites recebidos, os sonhos deformados por lágrimas imperceptíveis. Inaceitáveis. O peito que se incendeia com a naturalidade do ar e transmite, nessa força, de geração em geração, o sábio segredo da luta imperecível.
A vitória descalça deixa marcas na planta dos pés. A angústia em silêncio. O silêncio que assume a raiva do outro, a absurda intolerância.
Os ossos sofrem, mas se calam.
Largue essas ameixas, Gabriel! Tome conta do seu irmão. O que deseja, senhor? Um quilo? Dois quilos de abobrinha, cinco pesos. Um quilo, três. Gabriel, tome conta do seu irmão, eu já disse! O brócolis, deixo dois por cinquenta, porque não está muito bom. Já disse para tirar a mão daí, Gabriel! O tomate em oferta acabou, tenho esses outros, a quatro pesos. Gabriel!
Muitos séculos à espera da esperança. Com esperança, sonha-se diferente, luta-se diferente, a dignidade é possível.
O dia começa muito antes, quando há trâmites a fazer.
Filas eternas de pessoas que acampam, em busca de um sonho desejado por obrigação. Deixar de ser de um lugar, para ser de outro. Filas intermináveis, por uma identidade legal. Prova indelével do exílio.
Madrugadas inteiras desperdiçadas num papel. Ponto de partida de uma vida aparentemente nova. América do Sul, irmãos latino-americanos. Buenos Aires, a utopia disfarçada de anseios tangíveis. Lençóis limpos, um trabalho digno. Digno de quem? América do Sul! Irmãos latino-americanos?
A Pátria Grande.
Falta a certidão de nascimento. Mas eu já trouxe tudo. Tudo, não. Falta a certidão, autenticada em seu país de origem. Mas eu trouxe tudo o que me disseram para trazer! Não entende o que eu falo, senhora? Falta a certidão autenticada. Vejamos, de onde a senhora é? E tem familiares, por lá? Bem, mande-lhes a certidão para que a autentiquem, e volte outro dia. Já vim cinco vezes. Falta a certidão, senhora! Volte outro dia, hoje não posso fazer nada.
Outra vez o silêncio.
As mãos desta mulher têm algo. Falam. Contam sua história.
Chega à casa, a noite já avançada, puxando os filhos pela mão, o menor provavelmente no colo. Aberta ao reencontro que a espera, lá dentro, onde tudo é calmaria.
A família unida pelo exílio, pela história compartilhada, pelo futuro que está criando. A família toda, completa, os que já chegaram, os que vão chegando.
A esperança contida nos sabores que passam de mão em mão, homens e mulheres, núcleo inseparável, inquebrantável. O aroma dos outros que lá estão, que são mas não são. Desconhecidos da mesma raça, humanos, seres que explodem de vida, de angústia, de casos que são diferentes e tão iguais. Rituais que são de todos e que eles levaram para outro lugar. Rituais compartilhados à distância, com aqueles que ainda lutam na terra de onde vieram. Pacha incandescente que guarda em pequeninos frascos os ventos que têm a força de furacões.
Portas adentro, a alma se reconstrói, se acalma. Portas adentro de casa e do país que um dia foi novo.

Cecilia Courtoisie Nin
Buenos Aires, Argentina