Estoy a punto de bendecir los recuerdos.
Malos o buenos son parte de mi
y a pesar de ser recuerdos me hacen vivir.
Sé que se pierde vida, pero todo esto es asi.
Recordar es retrasar los momentos,
tal más más lúcidos al fin.
Recuerdo mi triste infancia, la soledad de mi madre,
que aunque estaba con mi padre traslucia soledad.
Soledad de nuestros juegos
y de nuestros sentimientos.
Soledad de sufrimiento y de jamás despertar.
Mis recuerdos son silencios que no quieren hablar.
Mis recuerdos etan firmes y huelen a rebeldías.
Se proyectan a mis días que no podía arrancar.
Silencio de mis recuerdos, secretos que en verde cactus,
no se podían sacar.
Una luz ténue en penumbra vestía mis inquietudes,
una sombra era mi égida y una pena que volaba más allá.
Recuerdos de tantos golpes, que al decir de Vallejo,
era el odio de Dios.
Me dormia entre rosas de tristeza y soñaba con la pena de un amor.
Despertaba entre inocencia, me aferraba a la ausencia no sé si de Dios.
Mis recuerdos son austeros unos viven y otros mueren,
pero tienen derrotero, son los heraldos de muerte,
que me los entrega Dios.
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